Cantón del Texeu

PUNTO PARTIDA:

En Caña Valles (787 m.), en la carretera que va desde Covadonga a los Lagos, al final de la Huesera, en el tramo más pendiente, donde hay un pequeño aparcamiento.

DIFICULTAD:

Baja.

DURACIÓN:

5 horas.

DESNIVEL:

386 metros de subida, 950 metros de bajada.

MAPA:

I G N 55-II y 31 IV, escala 1:25.000. También de Adrados, El Cornión, escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

En Caña Valles o Collado La Caña, de la carretera que va a los Lagos, sale una pista que nos llevará a Comeya. Esta pista fué construida para las explotaciones mineras que había en ese lugar. Actualmente tiene prohibido el paso a vehículos particulares. En una de las revueltas se encuentra un espacio vallado, es un comedero principalmente de buitres. Está debajo del mirador de la Reina. Siguiendo esta pista se alcanza el collado Uberdón, entre la Porra del mismo nombre y el pico Castiello. Un poco más adelante comienza el descenso hacia la Vega de Comeya.

A la derecha de la Vega de Comeya se confunden las antiguas cabañas de pastores con vestigios de la vieja explotación minera. Es una zona muy húmeda y la riega que la recorre se pierde en una llamargal intransitable, formando una pequeña laguna. Todo el agua se sume en una gruta en la parte noroeste de la vega.

Atravesamos la vega y entre cabañas y más pequeñas vegas tomamos una senda que nos va a llevar hacia el Cantón de Texeu, siguiendo el camino que asciende hacia el collado (1.040 m.) que hay justo a sus pies. La subida más practicable es la meridional, una empinada canal herbosa que hay en la parte derecha de la pared. En los últimos metros para alcanzar la cumbre hay que trepar (1.171 m.). La cumbre es muy espaciosa y con magníficas vistas del Cornión, Torrecerredo, el Jascal, la Garganta del Casaño, el Sueve y también tenemos una primera vista de la peña Pandescura.

De vuelta al collado, continuamos la travesía hacia el N donde subimos hacia el collado Camba, que baja de la Cabeza Camba, que dejaremos a nuestra derecha. Bajando del collado atravesamos la hermosa majada de Soñín de Arriba y a la que también llega una pista que nos llevaría a Demues. Seguiremos por una pista, pero también hay senderos que bordeando la Cabeza Cuécara siguen hacia unas cabañas, situadas en las praderías que están al pie de la Peña Pandescura. Desde aquí se sube fácilmente a esta cumbre (1.001 m.). La vista es estupenda, ahora se contempla perfectamente Cabezos Llerosos y la Garganta del Casaño.

El descenso al Collao Pandescura lo hacemos por la vía normal. Se bajan unos metros al Oeste para, enseguida ir girando al Sur. Se trata de ganar la horcada que precede a una escarpada crestería descendente que se orienta en esta dirección. Apenas cabe reseñar un par de fáciles destrepes. Desde la horcada hasta el Collao Pandescura deben evitarse unos resaltes y canalucas muy empinados y tomados por el matorral. Lo mejor es ir tirando a la derecha Y buscar una empinada pendienta herbosa por donde bajan senderos del ganado. No hay mayor problema, pues siempre vamos dando vista a esta llanada de pasto. Por nuestra izquierda baja una cuesta herbosa hacia la majada de Bustaselvín, donde se coge la embarrada pista que baja al Collao Reguero.

Cruzamos el Collao Pandescura hacia unas peñucas que lo cierran por el otro lado. Mantenemos la dirección para iniciar un largo descenso por un cordal de suaves lomas que se extiende al Noroeste.

Al llegar a la primera collada, cogemos un camino que bordea las colinas subsiguientes por la derecha. Si afrontásemos el flanqueo de estas lomas por la izquierda, accederíamos a un segundo collado. Encontraríamos los primeros prados "muriaos", presididos por una cabaña dotada de placa solar. Aquí llega un ramal secundario, procedente de la pista principal que sube de Demués a la majada de Soñín de Arriba. Elegida esta segunda opción deberíamos dejar el camino que continúa por lo cimero de la sierra (hacia Demués) y tirarnos por las laderas de la derecha. Buscaríamos el fondo de la vaguada que nos cierra de frente y la seguiríamos hasta su final en la cueva de Covalierda.

El camino que atraviesa las laderas nororientales de las colinas que se destacan de las romas lomas que descienden del Collao Pandescura, antes apuntado, pasa junto a la Fuente de los Pastores, manantial de frescas y cristalinas aguas que brotan de las mismas entrañas de la peña. Continúa en suave y cómodo descenso hasta alcanzar un collado en que se da por finalizado el flanqueo descendente de las primeras colinas del cordal. Pronto descubrimos que nos hemos ido separando de lo cimero del mismo, en donde se destacan las primeras cabañas. Éstas se asientan a la cabecera de una vaguada que desciende hacia nuestra posición. Finaliza en un cerrado circo, formado por el canto calizo que viene delimitando la vaguada por la izquierda. Nuestro sendero, que al adentrarse en los primeros afloramientos calizos va adquiriendo la categoría de buen camino, discurre sobre los paredones frontales del circo en que muere la vaguada referida. No hemos de llegar a este punto, sino que en la collada que precede la zona cárstica descenderemos a mano izquierda, entre cotoyas, buscando lo más profundo de la vaguada. La configuración del terreno nos va empujando hacia el pequeño circo que recoge las aguas que arroyan por toda la valleja. Allí descubrimos una lúgubre boca. Adentrándonos en sus entrañas se hace evidente la gran importancia ganadera de esta enorme entrada a la peña. En Covalierda encontraremos una amplia plataforma, abundantemente abonada por los excrementos de las cabras y ovejas que allí se cobijan. Podemos seguir otra rama que, a su izquierda, desciende unos metros a la zona más profunda de la cueva. El piso, en toda su extensión, también cuenta con una gruesa alfombra de nutritivo abono.

Situados de nuevo en el camino que cruza sobre los paredones de Covalierda, disfrutamos de unos primeros metros en llano muy cómodos. No tardamos en ir desviándonos con tendencia a la izquierda para iniciar un brevísimo descenso que finaliza en otro camino más amplio. Enfrente, en una gran pradera y al abrigo de un coteruco, descubrimos las primeras explotaciones ganaderas. Las amplias camperas del entorno cuentan con buenos accesos, de ahí que el camino al que nos acabamos de incorporar, al término de un corto tramo de bajada, vaya adquiriendo el ancho de una pista.

Más adelante una nueva pista nos entra por la derecha. Unidas estas cajas terrosas recientemente abiertas para el servicio de los pastos, nos conducen hacia Corigos. Grandes y solitarios invernales, cobijados al abrigo de pequeños conjuntos arbóreos, dominan vastas camperas de buen pasto. No entramos a los prados, sino que la pista desciende bruscamente por su izquierda. Sin solución de continuidad acomete un duro repecho que nos planta en la pista principal, donde giramos a la izquierda.

Por terreno muy abierto, por la derecha de un nuevo mosaico de verdes prados, encaminamos nuestros pasos al valle del Güeña. Esta suavidad de relieves quiebra por el Norte. Un nuevo afloramiento calizo irrumpe estableciendo el límite de la línea de pasto. Forma un reducido jou (439 m.). Junto a él, aprovechando los prados del entorno, aún se levanta un invernal, es la zona de El Pandal. La pista parece dirigirse al Noreste. Esta ligera desviación es engañosa. Enseguida, iniciando un largo descenso hacia Benia, retoma el sentido Noroeste, atravesando la ladera Norte de esta barrera caliza donde se ubica El Pandal.

La pista se adentra en un tupido bosquete que oculta un mal terreno pedregoso. No obstante, no tardamos en empezar a caminar junto a nuevos pastos ganados al monte. Más abajo vemos un invernal a la izquierda de la hormigonada pista. A mano derecha se levanta otro invernal. Entramos al prado en que éste está ubicado por una buena portilla (no olvidemos dejarla cerrada). Esta campera es propiedad del único vecino de Castro, pueblo que se encuentra en la parte inferior del prado. Nosotros bajamos unos pocos metros dando vista a las casas de Castro para adentrarnos en el bosque que vamos dejando a mano derecha. Esta diminuta mancha forestal parece transportarnos a otro mundo. Nos recuerda los extensos hayedos que se asientan en la vertiente Norte de los Picos de Europa; y, sin embargo, no es más que un rincón de escasos cincuenta metros cuadrados. En sus sombrías humedades se forma un jou. En las peñas de enfrente (según se llega a él) se encuentra la boca de la "cueva del oso", cerrada por una portilla. Ya hemos advertido que se trata de una sima. La entrada está constituida por un pozo de gran verticalidad, donde se ha instalado una escalera de hierro para permitir el paso de los turistas.

Hoy no es posible acercarse a esta portilla. La tupida red de galerías que recorre el subsuelo de los Picos de Europa y una incesante acción erosiva del agua, que se filtra entre la porosa caliza, ha debilitado las paredes de la sima, cediendo ante el peso del manto vegetal de la superficie. El bonito jou que se escondía a la sombra del bosque ha degenerado en un argayo, en un pozo de grandes proporciones. La entrada a la "cueva del oso" se ha trasladado a lo más hondo de este sumidero, siendo nuevamente necesario el empleo de la cuerda para descender a ella.

El intacto esqueleto del "oso" dormido, cubierto por una película de fría agua, seguirá durmiendo su sueño durante otro largo período de tiempo.

Retornamos a la pista. El primer ramal que sale a mano derecha entra al pueblo de Castro. No obstante, desechamos esta entrada y optamos por el ramal contiguo, diez metros más abajo. Tras un corto descenso encara un fuerte repecho que nos sube al pueblo. Atravesamos en llano entre las casas, aprovechando las nueces que nos ofrecen los nogales que hemos ido encontrando por el camino.

La calle que cruza todo el pueblo entra en una pomarada al final del mismo. Giramos a la izquierda y nos tiramos prado abajo, pegados al cierre y procurando dañar lo menos posible el pasto. Ya divisamos la Ermita de Castro. Detrás se destaca igualmente el pueblo al que nos dirigimos, sin prisa pero con alguna pausa (posa decimos los montañeros). La ermita se ha construido en un cueto al abrigo de un hermoso bosque. Esta mancha forestal impide que sea vista desde el Valle del Güeña.

Al final de la pomarada el sendero gira a la izquierda, entrando a un nuevo prado donde se ha instalado un depósito del agua. Pasamos junto a éste y bajamos a un camino bastante marcado. Nos desviamos momentáneamente de él para acercarnos a ver la ermita. En su interior sólo se conserva el retablo. La ausencia de bancos le da un triste aire de abandono.

Nuestro camino continúa entre los robles que cobijan a la ermita. A mano izquierda, en un claro del bosque, dejamos una hondonada de verde pasto, fácilmente encharcable, por donde discurre la traída del agua (a juzgar por el emplazamiento de nuevos registros). El camino inicia un largo descenso. Para volver a Avín deberemos abandonarlo, bajando por una vereda que sale a mano derecha. La precede otra senda, que se desgaja del camino principal, en llano, también por esta mano. Nuestra vereda, que puede pasar desapercibida, es muy estrecha y se adentra en un cotoyal (aunque está de pasar). Reconforta ver al lado el pueblo de Avín. Pasamos junto a una cabaña e iniciamos el último tramo de resbaladizo descenso hasta el río Güeña.

Nada más alcanzar la margen izquierda de este curso de agua, lo cruzamos por un buen puente. En la orilla opuesta el sendero gira a la izquierda. No tarda en hacerlo hacia la derecha, separándose del cauce del río. Por encima de una vallejuca que vierte al Güeña (donde destaca un amplio y empedrado camino que sube a la cueva que se esconde bajo el puente de la carretera por el que se entra a Avín), acomete el último repecho del día que nos conduce a las casas del pueblo.