PUNTO PARTIDA:

Carretera de Amieva (350 metros). Se toma en Arriondas la N-625, remontando el curso del río Sella. En la localidad de Ceneya, puerta del Desfiladero de Los Beyos, arranca el ramal de carretera que sube a morir al pueblo de Amieva, que da nombre al concejo. La salida está a mitad de camino, a unos 2 kilómetros del desvio.

DIFICULTAD:

Media.

DURACIÓN:

5,30 horas.

DESNIVEL:

700 metros en ascenso y 1.000 metros en descenso.

CARTOGRAFÍA:

55-III del IGN, escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

1) Carretera de Amieva - Llerimundi - Collao de Ordes.

Se puede aparcar el autocar en un aparte de la carretera que sube al pueblo de Amieva, en torno al segundo kilómetro de ascenso. En este recodo de tierra, donde las hojas de los castaños recubren la caja del antiguo camino que enlazaba los pueblos de Cien y Ceneya con la vieja capital de Amieva, suelen encontrarse furgonetas de empresas de barranquismo; pues la pista de Llerimundi arranca en el mismo punto de la carretera donde se inicia el descenso al río Pandiello, en su próxima mecedura al río Vallegón, cuyo prieto desfiladero es apetecido por los amantes del descenso de cañones.

En este ocasional aparcamiento culebrea la carretera entre prados hasta alcanzar la pista de Llerimundi (a una cota aproximada de 450 m. de altura), unos metros antes de tropezar con la pequeña cascada del río Pandiello.

Las estacas de los prados rinden pleitesía a la naciente pista. Un efímero paseo para afrontar la larga herradura boscosa que abre la pista a los prados de Llerimundi.

En este inicial acercamiento a los mundos verdes de Llerimundi, se desgaja el ramal secundario que corona el marcado collado pastoril que caracteriza este enclave. Otrora era paso frecuente de los caminantes que subían desde las orillas del Sella, tanto desde Ceneya como desde el próximo caserío de Rañes, viejos senderos acosados por el abandono y la agonía de la vida rural.

La comodidad no deja otra alternativa que dejarse llevar por la destacada pista. La poco agradecida estructura de los invernales dispersos que jalonan el ascendente paseo contrasta con la belleza de la cabecera de la cuenca del río Vallegón. Con la altura ganada, los caminantes disfrutan con la lejana mirada del pueblo de Amieva, bajo la sierra del mismo nombre. La capitalidad de este enclave dejó de ser efectiva cuando la medieval Senda del Arcediano quedó eclipsada con la construcción de la carretera que atraviesa todo el desfiladero de Los Beyos, a la misma orilla del agreste Sella.

La pista continúa ganando altura por los mundos de Llerimundi. Alterna su revoltoso trazado entre los prados cercados y las sombras de dispersos árboles o arbustos desgajados del Texedal de Ordes. Por este hayedo discurre el Camín del Carbón. Este sendero, en tramos muriado, es una buena opción para subir más directos a los invernales de Baenu o desviarse al Pico Canellín. Sin embargo, la vereda está totalmente perdida en las inmediaciones de la pista de Llerimundi y, en algún tramo del bosque, se hace difícil seguir su rastro. Así que continúo la descripción de la ruta por las comodidades de la nueva pista.

Un enorme paredón separa el Texedal de Ordes del Valle de Ordes, oculto desde esta perspectiva por el Monte Los Tornos. La pista enfila la última recta de estos mundos de Llerimundi, cuando el farallón calizo que domina este enclave casi se echa encima del caminante. A mano derecha se suceden una remozada cabaña, por aire de casita de veraneo, y un arreglado invernal, de mayor capacidad. La pista tapa el antiguo camino empedrado haciendo pasar desapercibido, 50 metros más arriba, el viejo cruce entre la senda que se adentraba por la cuenca del río Pandiello (camino de las majadas de Piriañes y Gustaviego) y la que remontaba por esta caja de la pista a la majada de Ordes. Vestigios perdidos de un pasado no tan lejano.

La pista se interna en el bosque, ajustándose a la apretura de un valle aún no definido. Entre revuelta y revuelta busca los restos de un buen camino empedrado condenado al olvido. Menos esperanza asiste a quien intente recordar el sendero secundario a la majada antes referida de Gustaviegu, a la que también se accedía desde este Valle de Ordes.

La vaguada ensancha, mientras el manto herbáceo come terreno al bosque. Las revueltas se distancian. Libre el caminante del acoso de la umbría, acompasa el caminar al disfrute de las bellezas de Amieva. Con los mucho metros ganados, vuelve a disfrutar de la compañía visual del pueblo, recogido bajo las faldas de la Sierra de Amieva.

La pista corona el Collao de Ordes (1142 m.), cuya altura no llega a alcanzar las cimeras de la Sierra de Amieva. La mirada escapa hacia la inmensa mole caliza del Valdepino, quedando tapada su cima somital por sus contrafuertes norteños. Las majadas de Ordes y Baeno gozan de la airosa protección de este coloso del Precornión, altivo vasallo de Beza y Cabronero.

2) Collao de Ordes - Majada de Ordes - Collao Joniella - Hoyos del Canellín - Pico Canellín.

El Collao de Ordes es la depresión más marcada del cordal noroccidental nacido en la calva montuna del Raso de Gustalcuendi, cabalgadura norteña sobre la que remontan las crines de Valdepino.

El Alto Les Boleres y La Llampa marcan el declive calcáreo del cordal. Entre ambos xerros se cuela el Collao Joniella, puerta de paso a los recónditos Hoyos del Canellín.

El bucólico mosaico de invernales y praderas de esta vertiente sur del cordal invitan a dejarse fluir con la pista que los vertebra. Mas, los que pretendan coronar la puntiaguda cima del Canellín, perderán menos altura decantándose por esta alternativa del Collao Joniella, habida cuenta de que ese pico se escora en la punta norteña de este apéndice del Precornión; mientras que la placidez de Baeno se hunde sobre los riscos que se despeñan sobre La Redonda, en la cara sur del cordal.

El Alto Les Boleres se eleva entre los collados Joniella y de Ordes. Para evitar este sierro, se devola por la pista el Collao de Ordes, iniciando el descenso hacia majada del mismo nombre.

Aunque no hace falta llegar a la majada, se pueden sufrir unos metros más para visitar el dolmen de Ordes. En la misma majada, junto a una revuelta de la pista, se encuentra este monumento megalítico en forma de mesa, compuesto de una laja colocada de plano sobre dos piedras verticales. Esta sencilla estructura cobija un pequeño habitáculo que, a juzgar por lo erosionado del terreno, proporciona techo a algún que otro animal. Junto al dolmen a duras penas se mantienen las ruinosas construcciones de la antigua majada. Frondosos árboles proporcionan abrigo a este rincón de campera a la vera de la pista.

Abandonada la pista, se camina (norte-noroeste) entre los árboles y arbustos entre los que se esconden las cabañas de Ordes. Con la mirada puesta en el Alto Les Boleres, se buscan rastros de vereda entre las calvas arbustivas. Con tendencia hacia la izquierda se llega al canto sobre la faja se xerro que se extiende por el extremo sudoeste del Alto de Les Boleres.

Esta cárstica banda corre paralela a una larga pradera de siega que caminan directas al Collao Joniella. Una línea de arbolado forma el lindero de ambas y heterogéneas tiras.

Un sendero devola el canto en diagonal hacia un par de cabañas que tienen acceso rodado, por los prados, desde la pista troncal de Baenu. Prosigue la vereda buscando los vestigios del antiguo Camino del Carbón, con la idea de trasponer esta depresión incardinada entre el Alto Les Boleres y la siguiente sierra de La Llampa.

Antes del Collao Joniella (1075 m.) se encuentra la solitaria cabaña del collado, laderas poniendo fin a esta rama desprendida de los recodos pastoriles de Baeno, en una última mirada a las sureñas de esta sucesión de xerros.

Traspuesto el Collao Joniella, se retorna a la umbría temida de estos escarpes norteños. Sin un jito determinado, se abandona el Camín del Carbón, en su declive nostálgico por el Texedal de Ordes, apenas un hilo sin vida en los pastos de Llerimundi.

El Canellín se encuentra al noroeste del Collao Joniella. El hayedo tapa con su exuberancia los hundidos Hoyos del Canellín, sitos al norte de Joniella y La Llampa. Con mayor o menor fortuna el caminante se apresta a sortearlos. Desde el mismo Collao Joniella, en sentido norte, con leve tendencia hacia la izquierda, pueden aprovecharse los claros del hayedo. En las calvas de xerru de uno de los cantos de La Llampa, se toma el sentido noroeste, atravesando el bosque entre los jous para salir a otra zona abierta de incómodo xerro. Libres del acoso de la foresta, el caminante se dirige al crestón que culmina en el Pico Canellín, terreno de xerro en la vertiente oriental por la que se camina, y laderas descolgadas sobre los desventíos de Los Beyos por la vertiente a la que hay que asomar.

El Canellín (1108 m., en el punto cimero de su crestón) es un habitáculo defensivo mangado en la punta de un bastión que, junto con la montaña del Carriá, forman las torres de entrada al angosto desfiladero de Los Beyos. A vista de águila se observan las casas de Ceneya y de la Vega de Cien, pueblos de la ribera de un Sella recién salido de las tortuosidades del beyo.

La mirada recupera, asimismo, la belleza de Amieva y su sierra. Tierra de paso de los arrieros que frecuentaban la Senda del Arcediano, en este pre macizo deudor de la Montaña de Covadonga, cuyas albas torres despuntan en la cercana lejanía.

3) Canellín - Los Cuchillones de La Llampa - Baeno.

Los Cuchillones definen el peñasco extremero de La Llampa, donde esta sierra se descuelga sobre las profundidades del Desfiladero de Los Beyos. Un crestón se proyecta al norte dando forma al cortado pegote del Canellín.

Se reemprende la ruta pateando el recorrido en sentido contrario, desde El Canellín hasta Los Cuchillones. Un sendero recorre el abierto crestón. Al acercarse a Los Cuchillones, toca tangencialmente el hayedo que recubre los Hoyos del Canellín. Un último tramo de respiro soleado lo sitúa en las laderas de Los Cuchillones de La Llampa, y por lo tanto, en el bosque que recubre toda esta vertiente norte de la sierra.

El ascenso a la cimera de Los Cuchillones apenas rebasa la categoría de repecho. En el mismo inicio de la cuesta, entre las hayas, se perfila sin mayor dificultad el canto de la sierra.

Coronada esta estribación de xerro de La Llampa, se devola a la vertiente sur; es decir, cede el hayedo y la mirada se abre a todo este rincón del Precornión, tan pequeño como inmenso. Preside la mole del Valdepino, con la cómplice complacencia del Canto Cabronero. Baeno, Ordes, Agüergo, Lloes dan vida a vegas ganadas al monte, en un abanico de riegas que bajan a despeñarse a La Redonda.

Una sucesión de cimas definen la profunda tajada del Desfiladero de Los Beyos. El Canto Loto, que logra apreciarse en la lejanía por detrás.

La ladera sur de esta sierra de La Llampa semeja tiras de estrato cárstico alternadas con bandas herbáceas. Si bien el bosque no es el principal protagonista de esta vertiente, no deja de reclamar un lugar de privilegios del corte del Jucantu, marca el final del beyo, en tierras de Sajambre, por este costado del Precornión.

Dos son las bajadas al par de cabañas de Baeno que sirven como jito indicador de la entrada al Sedo La Cruz del Pico. La más inclinada se tira a la canga herbácea delimitada por el estrato que forma el canto extremo de la vasta ladera de La Llampa. Un puñado de árboles marcan en arranque de esta canga. Tumba hacia las profundidades del beyo, de ahí que sea frecuente encontrar algún tipo de cierre para el ganado. La canga finaliza bajo un peñasco, en el extremo último de este canto de estrato. De este rincón salvaje se escapa por la collada de su derecha donde, aunque oculta desde esta posición, nace la traviesa que lleva directa a los invernales de referencia.

La otra bajada a Baeno también tiene como referente este peñón inferior de la ladera. Desde la cimera de La Llampa se aprecia una vega de pasto a su izquierda. Para bajar hasta ella no hay más que dejarse llevar por la ladera. Se entra en una vaguada recubierta por el fresco hayedo. Llegado el sendero a la vega descubre restos de antiguas cabañas. Se atraviesa la pradera. Al final se baja en dirección sur, pues esta variante más sencilla queda un estrato por encima de los invernales de Baeno que marcan la entrada al sedo.

Según se desciende por el estrato calcáreo van distinguiéndose los detalles de ambos invernales. El de la izquierda hace años que perdió la techumbre. El invernal de la derecha, apenas separado por un palmo, tiene una pequeña construcción aneja. Se trata de una pequeña cabaña dependiente aquél.

El paisaje merece otra pequeña parada. La mirada cómplice del Valdepino se muestra con toda intensidad, distinguiéndose con perfección su cumbre y los contrafuertes anexos de La Texa.

La traviesa en que se encuentran ambos invernales parece un aparte del complejo mundo de Baeno. Una mirada lejana, como despedida de un vergel desconocido a los arrieros del siglo XXI, arrieros de muchos caballos ceñidos a los bajíos del beyo.

4) Baeno - Sedo La Cruz del Pico - Majada de Redonda.

Desde las puertas de los invernales el caminante desciende por la banda de campera con marcada tendencia a la derecha. Atraviesa una línea arbustiva, como plantada para indicar que el pastizal se desploma sobre el abismo. Busca en la zona calcárea del otro lado el corte en que este rincón de Baeno queda parapetado frente al vacío. Un palo, otras veces una piedra puntiaguda, jitan el camino a seguir.

Una vez fijada la entrada al sedo, el caminante se detiene a contemplar la -en apariencia- insondable bajada a los cantiles de La Redonda. Un espolón, proyectado desde los bajos de Baeno, divide las dos riegas troncales de La Redonda. Esta atalaya del Sedo La Cruz del Pico, en el costado de Baeno, cuelga sobre la secundaria. La principal riega de La Redonda desciende por la vaguada pegada al Jucantu. El espolón entrerriegas no deja ver sus despeñaderos, por los que se cuela el sedo más directo por el que los pastores bajaban de Baeno a La Redonda.

El crestón del Jucantu se continúa, cerrando toda la cuenca de la riega La Redonda, por el crestón del Impuebu, recibiendo el nombre de Peña Cuquiendes en sus últimas estribaciones. Allí abajo, en los bajíos de La Redonda, una inconfundible pared se extiende desde el canto de la peña hasta las riberas de la riega, en la zona de prados de la majada de Redonda. Por la base de la inmensa pared continúa el sendero (casi quiere verse desde estas alturas) hacia los fondos del Desfiladero de Los Beyos, a los pies de San Ignacio, capital del beyo.

El Sedo La Cruz del Pico engaña por su nombre, pues no puede llamarse sedo a un camino muriado y de fácil tránsito. Quizás fuera un auténtico paso malo para los pastores en épocas pretéritas. Hoy en día, sólo el airoso ambiente por el que discurre puede dar una idea de la dificultad para subir a Baeno desde los bajíos de Los Beyos.

El camino aprovecha los resquicios de la peña para ir perdiendo altura. Libre en este inicio de arbolado, disfruta de una bella perspectiva de este rincón del desfiladero de los desfiladeros, siempre bajo la vigilante mirada de San Ingacio (de Los Beyos).

Salvados los escabrosos escorzos de peña, el sendero inicia una larga tirada por La Llera. Esta ladera de pedreras es una diagonal de transición entre el Sedo La Cruz del Pico y un bosquete de corte mediterráneo que marca el tercer tercio del descenso hasta La Redonda.

El sendero traza unas revueltas en la terrosa ladera antes de decidirse a ser engullido por el tupido bosque. Se ha perdido mucha altura, hasta el punto de tener las casas de San Ingacio casi al alcance visual de la mano.

Perdido en la oscuridad del bosque, sin más referencia que un sendero que se cuela entre sus ramajes, el caminante choca, sin darse cuenta, con el invernal de La Redonda. El camino se dirige a este conservado invernal por un pasillo de murias caídas. De la belleza de Baeno, la ruta se hunde en un rincón selvático que aún mantiene un poso de actividad ganadera, como atestiguan los pequeños cabritillos.

5) Majada La Redonda – El Camín del Llacigón – Vidosa.

El sendero pasa frente al invernal de La Redonda. Un sendero de tierra, con una prado cuesto con intención de fundirse en el más atlántico bosque, marca el breve trecho que conduce a la primera riega (torrentera secundaria salvado su despeñar por el Sedo La Cruz del Pico).

Vadeando el reguero el sendero se une al que baja de otra zona de pradería, en la cuenca de la riega principal de La Redonda, por donde discurre el otro sedo de acceso a Baeno. Fusionados ambos caminos se llega al puente hormigonado que salva el río de La Redonda. Una cascada salpica el pozo de agua fresca con que se recibe al caminante.

El sendero faldea por la margen izquierda del río, apartándose inmediatamente de su lecho, como desentendiéndose del mismo. Es en este flanqueo cuando pasa por debajo de la enorme pared que destacaba ya desde el Sedo La Cruz del Pico, y cuya disimulada mirada hace sentir al paseante una misteriosa sensación de vértigo.

Remonta el sendero unos metros para estrecharse en una cuenye por la que se entra en el Monte Cuebu. El Camín del Llacigón tira bonitos tornos entre los altos árboles. Colgado en el talud de peñasco de una de las curvas de La Redonda, gira y se muria para dejarse morir en la orilla de la Carretera del Pontón.

Doblando la curva descendente de esta nacional, retumba la cascada de La Redonda. Aunque el tráfico hace desmerecer este rincón con el vivido unos minutos antes, al cruzar su cauce unos cuantos metros más arriba.

Para dirigirse a Vidosa no hay más que seguir la carretera en sentido opuesto, con el riesgo de la estrechez de la carretera y la velocidad de los que se creen pilotos.

Vidosa en un enclave de la carretera del Pontón donde destaca unos de los altos puentes bajo los que se esconde el río Sella. Desde sus pretiles de piedra sacan fotos los turistas de la capital de este reconocido Desfiladero de Los Beyos.

Si La Huera, otra venta del desfiladero, cuenta con la placa donde se cantan las maravillas del beyo; Vidosa descubre al viajero la estilizada cascada del Aguasalio, cuya belleza es bastante irregular, si se mira desde la perspectiva de la cantidad de agua que rompe bajo su salto.

El camino que sube a la cascada es el arranque del que comunica el pueblo abandonado de Rubriellos, pero eso ya es otra historia.



Alternativa

DIFICULTAD:

Muy fácil.

DURACIÓN:

4 horas.

DESNIVEL:

500 m.

ACCESOS:

El concejo de Amieva está vertebrado por la N-625, ruta asfaltada que discurre paralela al curso del río Sella. Esta cuenca fluvial, que en su tiempo pudo ser frontera natural entre las tribus cántabras y astures, es punto de referencia de la red de carreteras que, por tierras asturianas permiten la entrada al concejo de Amieva. En Ribadesella, donde la ría en que el Sella vierte sus frías aguas al mar Cantábrico, un viejo puente de la N-632 une ambas orillas tribales.

Cerca, en la rotonda de Llovio, una de las salidas de la Autovía del Cantábrico se une a dicha nacional para formar la N-634, remontando el curso bajo del río Sella hasta Arriondas. En esta última localidad, se salta a la N-625.

Siempre con la más o menos cercana referencia del río se llega a las inmediaciones de Cangas de Onís. En la rotonda previa a esta ciudad, se toma el primer ramal, con la indicación que apunta "Colláu Pontón”. De esta manera se entra en Cangas de Onís bajo la mirada del Puente Romano (cuyas piedras hermanan los concejos de Parres y Cangas de Onís).

A la entrada de Cangas se gira a la derecha para entrar en la Avenida de Castilla, donde la N-625 enfila directa a tierras leonesas, con la complicidad del afamado río Sella.

Los concejos de Amieva y Ponga son el saludo asturiano a estas vertientes cantábricas de León. La entrada a aquel concejo no dista más de cinco kilómetros de Cangas de Onís, y coincide con la unión de los ríos Sella y su afluente Dobra, vertebradores de este submacizo del Precornión en que se dispersan todas las rutas montañeras de esta jornada dominical.

El itinerario rodado abandona la compañía del río en la localidad de Ceneya, a las puestas del Desfiladero de Los Beyos, bajo la puntiaguda prominencia del Canellín. Una buena carretera de montaña separa las orillas del río Sella de la antigua capital del concejo, cuando toda comunicación provincial discurría por los altos pasos de montaña conservados con los dineros D. Pedro Díaz de Oseja (Arcediano de Villaviciosa).

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DESCRIPCION:

Amieva (530 m.) es un pueblo de montaña separado de la cuenca del río Sella por el prieto desfiladero del río Vallegón, dentro del submacizo del Precornión (Picos de Europa). Sobre las cálidas praderas de la Cotada de La Visitancia se eleva la Sierra de Amieva, con techo en la cumbre de Los Redondos (1244 m.).

Hacia el Sur se proyectan las umbrías boscosas que culminan en la Porra de Valdepino, sustentada en los farallones frontales de la Cabeza La Texa y del Canellín, entre los que se cuelan las retorcidas revueltas de la pista que sube al Collao de Ordes.

El Collao de Angón hace de hermosa ventana tras la que se reflejan las nieves del hermano mayor El Cornión, el reino de las calizas de la Cabra Blanca y los mundos Ozania.

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EL CHORCO:

Desde el aparcamiento de Amieva destaca al Este, por su forma de torreón pétreo, el Porrón de Valluengu. Esta peña resalta en las estribaciones inferiores de la Sierra de Amieva, en su declinar sobre el Collao de Angón. Supera con holgura los 1000 metros, en una sierra dominada por Los Redondos (1244 m.). Sobre su cima aún resiste la cruz de piedra tallada por Tito, “El del Siete”.

De este modesto torreón se precipitan tres angostas canales. A la izquierda la Canal de Calero. Casi desciende flanqueando los contrafuertes del Porrón, si chocar con ellos. Este tobogán herboso apunta a la Boca Valluengo, horcada que separa El Porrón de la menos definida cumbre amesetada del Rellu.

La central es la del Toyu, otro tobogán de deslizante hierba escondido entre los riscos del Porrón. A diferencia de la Canal de Calero, franca aunque empinada, la Canal de Toyu se precipita en una ceñida escupidera, sólo salvable por una cueva por la que se colaban los intrépidos pastores de Amieva.

La canal de la derecha se conoce como El Chuercu. Permite una empinada trepada al Porrón, tocando los flancos de Les Texuques (extremo final de la Sierra de Amieva). En este momento el interés de esta umbría canal reside en su topónimo: “El Chuercu”.

Quizás nos confunda la antigüedad del término. El diptongo, formado por las vocales “ue” evoluciona hacia la vocal “o”. De este modo, la antigua palabra (“chuercu” o “xuercu”) va quedando convertida en “chorcu” o “chorco” que nos es más familiar.

El “xuercu” o “chorco” es un pozo construido para cazar lobos. Es más famoso de los Picos de Europa es el que se encuentra en el Monte Corona (Posada de Valdeón). Pero aquí, en la Sierra de Amieva, también existía un chorco, más sencillo, pero que también cumplía con su función. El Chorco de los Lobos de Posada de Valdeón (León) se encuentra en un hermoso bosque. La singularidad del chorco de Amieva radica en tratar de ir cerrando al lobo en terreno abierto, en las peñas de la Sierra de Amieva.

En la horcada superior que enlaza las canales de Calero y Toyu se encuentra un panel explicativo de esta ancestral trampa para matar lobos. El texto, aparte de los dibujos explicativos, reza así: “EL CHORCU DE LOS LOBOS –la caza del lobo en tiempos pasados-. Desde tiempos inmemorables, el lobo ha sido el enemigo más temido por los ganaderos de los Picos de Europa. Los lamentos de los pastores por las reses perdidas a causa de este astuto depredador se han oído desde siempre y es de todos bien conocido el odio de los habitantes de estas montañas hacia tal alimaña.

Actualmente, los ganaderos son compensados económicamente por la administración por los daños sufridos a causa del lobo, pero antiguamente no era así y ellos mismos eran los que se tenían que defender de las continuas lobadas que atacaban a sus rebaños. Uno de los medios que los antiguos habitantes de estas montañas utilizaban para acabar con el lobo era el “Chorcu”, un pozo que practicaban en el terreno y en el que hacían caer al animal tras una montería en la que participaba un gran número de vecinos.

Son muchos los chorcus que existían por todo el territorio y de ello es prueba los numerosos topónimos que los recuerdan, pero de muy pocos quedan ya vestigios. El ejemplo mejor conservado de una de estas trampas es el de Corona, en el Valle de Valdeón, que con una importante restauración se ofrece a la vista de los visitantes. Este era posiblemente el chorcu más importante en Los Picos y su utilización fue objeto de estrictas ordenanzas municipales por las que se organizaban las cacerías que en él se llevaban a cabo.

Un chorcu menos conocido es este que utilizaban los pastores de Amieva, cuyo funcionamiento, tras consultar con los más ancianos del pueblo pasamos a explicar.

Los lobos tenían su refugio (y aún lo tienen) en los bosques que tapizan las angostas laderas de la Garganta del Dobra, al otro lado del cordal de Amieva. Por los altos collados de esta sierra, conocidos en la zona como “Bocas” (Boca Balluenga, Boca La Divina…), y también “Voz”* (Voz de Parriellu o Voz de Timarru), las alimañas pasaban hacia el lado de Amieva, para dar cuenta de las reses. La trampa estaba en la parte alta de la ladera, en una zona donde se podía acorralar al lobo cerrándole el paso hacia los pasos altos y en la entrada de las canales. En la cacería participaban los mozos más aguerridos y fuertes, quienes iban dirigiendo al lobo hasta la trampa, situada al otro lado de este collado [collado en que se encuentra el panel cuyo texto se está transcribiendo], sin salida posible por otro lado salvo la que ellos mismos impedían con su escandalosa presencia.

El collado estaba cerrado con una tapia de piedra recrecida por una empalizada de “Ll.ardu” (enrejado hecho con palos de avellano que se cortaba a la sazón de la luna: en la luna menguante) para hacerlos más duraderos, y que era además elemento constructivo muy utilizado en aquellos tiempos. Sólo se dejaba un estrecho hueco justo frente al pozo, en el cual se colocaban ramas a modo de cubierta para que el lobo no viera la trampa.

Cada cual tenía su cometido en la cacería. Mientras unos espantaban al animal hacia el lugar indicado, otros se escondían a la entrada de las canales para aparecer espantando al bicho armados con sus “chuzos” (lanzas). Así se le iba acorralando hasta hacerle entrar en la trampa, donde otros esperaban agazapados a que el lobo cayera en la trampa para inmovilizarle allí con sus “forcaos” y darle muerte.

Este era el sistema más eficaz para capturar al lobo, aunque exigía de la participación activa de muchos vecinos y una cuidada organización. También se utilizaban otros sistemas más pasivos, que la toponimia recuerda igualmente: “Celadas”, “Callejos”, “Cortellos” y más hacia el oeste de la cordillera los “Calechos”. En unos casos el agujero se hacía en lugares habituales de paso del lobo y en su fondo se colocaban estacas afiladas, mientras que la boca se camuflaba con ramas. En otros casos se ponía un señuelo (cabrito o cordero) dentro de un pozo, o “corro”, de fácil entrar pero imposible de salir, al tener sus bordes en voladizo hacia el interior. El cebo normalmente no paraba de berrar cuando sentía la presencia del lobo, lo que alertaba a los pastores que acudían antes de que el lobo acabara con la presa.

Una vez muerto el lobo, se le despellejaba y rellenaba con paja para exhibirlo por los pueblos de los alrededores obteniendo con ello sustanciales recompensas y reconocimiento.

* El vocablo “Voz” viene de la posibilidad de establecer comunicación oral desde estos puntos con las gentes que se encontraban en una y otra vertiente de la sierra o cordal.

(Diseño, dibujo y texto de Miguel Ángel Adrados; aunque en este caso sólo transcribo el texto del panel sito en el collado que separa las canales de Calero y de Toyu).

Destaco que en año 2015, la plancha del panel que correspondía a una fotografía panorámica de los picos del entorno, con sus respectivos topónimos, ha desaparecido.

1)Amieva – Camino Real – La Collada de San Román – Senda del Arcediano.

El camino para acercarse al Chorco arranca no lejos de La Collada de San Román, en un barrizal de la Senda del Arcediano.

Dicha Senda del Arcediano es un camino medieval, que posiblemente aprovechó una anterior calzada romana, que servía de vía de comunicación entre los valles cantábricos del río Sella y La Meseta castellana. Una comunicación que en la actualidad corresponde a la nacional fagocitada por el Desfiladero de Los Beyos (N-625).

La Senda del Arcediano no pasa por el pueblo de Amieva. Baja de los Puertos de Beza al Collao de Angón, ventana al macizo madre del Cornión. Atraviesa las praderas de La Cotada de La Visitancia, en una larga tirada bajo las faldas de la Sierra de Amieva, en su discurrir hasta La Collada de San Román.

Aparcado el autocar a las puertas de Amieva, tres opciones se presentan para remontar hasta la Senda del Arcediano.

a) Amieva – Camino Real – La Collada de San Román.

Esta opción permite una subida directa hasta La Collada de San Román. El Camino Real se ha visto seriamente afectado por las nuevas pistas de la concentración parcelaria. Estos caminos eran variantes de la Senda del Arcediano para comunicar con los pueblos cercanos, Amieva en este caso, pero también, al otro lado de La Collada, Carbes y Sames. Pocos tramos de empedrado se conservan en estas vías.

Con el nuevo entramado de pistas tampoco es necesario seguir el viejo trazado del Camino Real. Se entra en Amieva paseando junto a la iglesia. Enseguida comienza la cuesta. No hace falta llegar hasta el bar, se toma una callejuela a la izquierda con un hórreo haciendo las labores de cruce o rotonda. Con esta tendencia y con una fuerte rampa se escapa por un costado de Amieva.

Sitos ya en una de las amplias pistas de la parcelaria sólo resta ir ganando altura en sucesivas y duras rampas.

En el primer repecho, al lado de un invernal, se recoge otro ramal también procedente de Amieva. Unidos remontan sin respiro hacia las faldas de la Cuesta Valles, pico destacado de matorral erguido sobre La Collada de San Román.

Un cruce al abrigo de una mancha de bosque no plantea mayores dudas. Se continúa, cómo no, sufriendo una nueva rampa de hormigón, cerrando con gruesos postes los distintos prados de la ería de Amieva.

Cede la pendiente y el hormigón. La pista llega a su punto culminante, pues visualmente se observa que su trazado no hace más que retornar a los barrios altos de Amieva, destacando una casa alba algo apartada del pueblo (por cuyo lado discurría el trazado del Camino Real).

En este punto en que La Parcelaria se encuentra más apartada del pueblo, arranca un recodo, amplio, pero secundario, de endiablada pendiente que remonta a una pista superior aunque más antigua. Pendiente corta que deja en el olvido el único vestigio del Camino Real, que pasa al lado del invernal que se ve al lado de este cruce.

Con este repecho se alcanza una mala pista que baja de La Collada de San Román a una nave que se encuentra unos metros más abajo. Aprovechando esta pista construida sobre el Camino Real, se afronta el último tramo de subida hasta La Collada, tocando los contrafuertes prietos del Pico La Cuesta (o Cuesta Valles). Un armatroste de hormigón, con afán de artístico mirador, sirve de jito indicador de La Collada.

La Collada (801 m.), de San Román para los vecinos de Amieva, o de Amieva para los vecinos de San Román, remansa las laderas de la Sierra de Amieva que, a esta altura pasa a llamarse Sierra Bescova. Engrana, por otro lado, el conjunto formado por el montuno Pico La Cuesta y las calizas más altivas del Aboguero. En San Román llaman a esta peña caliza adosada a Cuesta Valles, La Corona (1042 m.); reservando el topónimo de Aboguero a un destacado porro erguido en plenos contrafuertes de La Corona que miran hacia las casas de San Román.

Por la ventana abierta entre la Sierra Bescova y El Aboguero, por la vertiente de San Román, la única cumbre llamativa es la inconfundible Mota Cetín. Las excelencias poéticas del entorno de la vieja capital (vertiente opuesta de La Collada) configuran una postal imperecedera, pues no abandonan al caminante durante todo el recorrido.

Por La Collada transpone La Senda del Arcediano, reconvertida en umbrío asfalto por la vertiente de San Román o en resquebrajado hormigón por el lado de Amieva. Es por este costado por donde debe seguirse el camino. Se descienden unos metros por la pista hormigonada, con vistas panorámicas a los bosques del Precornión y a las blancas peñas del Cornión. Cede la bajada en el ramal de una entrada a uno de los invernales y prados que dominan el cuenco de Amieva. Antes de cincuenta metros, a la otra orilla de la pista, arranca una vereda de tierra en una zona de barrizal y llamarga. Un poste indicativo sostiene una flecha que simplemente reza: “El Chorco, 45 minutos”.

b) Amieva – Camino Real – Senda del Arcediano.

Otra variante para llegar al mismo punto en que se inicia el sendero que conduce al chorco recorre todo el pueblo de Amieva. Pasada la iglesia se aprecia un pequeño regato que sirve de intermitente referencia para remontar por los empinados y complejos requiebros de Amieva.

En dos pasos comienza la subida por el callejero del pueblo. Se pasa junto al actual bar. El caminante se deja guiar por el hormigonado troncal de Amieva. Por el costado derecho del pueblo vuelve a tomar contacto visual con el reguero. Se han reformado los antiguos molinos movidos por la fuerza de este aparente regato sin fuerza. Una visita a este patrimonio etnográfico sirve de improvisado atajo alcanzar el barrio alto de Amieva.

Ante la duda se buscan las callejuelas de este costado derecho, formado por la cuenca del arroyo de referencia. Envolviendo la última casa, la pista empina aún más su desnivel. Una rampa directa por donde estuvo la campana con la que se llamaba a “conceyu”, hoy sita al lado del cementerio.

Al final de la rampa se encuentra un cruce. El ramal de la izquierda es una más de las pistas de concentración que se han abierto por todos los prados de Amieva, enlaza con el Camino Real descrito en la letra anterior. La pista principal gira a la derecha. A unos pasos se encuentra un tramo medio perdido de sendero que se cuela entre los linderos arbustivos de los prados. Es un buen atajo para alcanzar la Senda del Arcediano (evitando el rodeo por la zona de la cantera). En todo caso, el cruce con dicha Senda está bastante cerca, pasando al lado de una nave. En este cruce se encuentran nuevas flechas indicativas, pues se entronca con lo que fue la Senda del Arcediano.

Se dobla en ascenso hacia la izquierda, sentido en dirección a San Román. A unos metros aparece otro nuevo ramal. No es más que el acceso a un invernal, sito en las faldas de la Sierra de Amieva. Reseñar que dicho enclave está por debajo del camino que entra en el chorco. Por esas laderas remontan senderos que suben a Seoriu y a los altos de la sierra. Un buen atajo que sólo se apunta, pues el sendero del chorco, aunque mucho más largo, se hace más llevadero y facilita el esfuerzo a todas las personas.

Se continúa por la pista principal. Tras un breve rincón recogido entre la peña, en la zona de la pequeña cantera, se retoma el contacto con las praderías que envuelven el pueblo de Amieva. Sólo, que esta vez, la Senda del Arcediano va marcando los linderos entre los prados y las caídas de la Sierra de Amieva.

Se camina en dirección a La Collada, con la eterna presencia del piramidal conjunto de helechos y matorral del Pico La Cuesta, tras el que se oculta la peña caliza del Aboguero. Otros contrafuertes calizos caen a la misma pista que se transita. Son los espolones de la Peña Corbera, a cuyo lado se pasará por el camino que se dirige al chorco.

Otra buena rampa precede a otra zona de descanso. La ladera de la sierra cede en ímpetu formando una campera medio comida por el helecho. Entran restos de una pista cerca de un árbol solitario. Estas rodadas de abrieron para construir un bebedero, menos destacado que el que está a la vera de la pista. Remontando toda la ladera se choca contra el sendero del chorco. Pero también se puede seguir por la pista unos metros más para llegar al cruce apuntado en la letra anterior, donde arranca el sendero del chorco, donde espera el poste indicativo.

c) Amieva – Senda del Arcediano.

La tercera opción es la más sencilla. Se trata de una pista que está a la entrada de Amieva, cerca del aparcamiento. En su inicio se encuentran las señales que indican a La Jocica y a la Senda del Arcediano (el tramo más transitado de la misma y el mejor conservado que, desde el Collao de Angón sube a Soto de Sajambre, ya en tierras leonesas).

En los primeros metros de la pista se encuentra el cementerio actual de Amieva. Al lado, en el talud de peña, se ha colocado la campana por la que antiguamente se llamaba a “conceyu”.

Con tramos de descanso, las rampas se suceden como en las anteriores variantes. Aquí se alternan los prados con pequeñas manchas de bosque. Desde esta variante escorada el Porrón de Valluengu se muestra con toda su desafiante fortaleza.

La pista rodea un cotero, mientras de adentra en el reducto forestal, vestigio de las grandes manchas boscosas que trepan por las peñas y despeñaderos de la Cabeza La Texa, el río Pandiello o los Joyos del Canellín, vertientes norteñas que miran al pueblo de Amieva. En este abrazo del cotero la única confusión posible en una nueva pista, bien adecentada, que baja a la derecha, para comunicar más praderías e invernales. La pista principal mantiene la empinada subida para salir a los prados superiores, poniéndose casi a la altura de la cima del peñasco que fue envolviendo.

Cede la subida, con algún banco preparado para reponerse del esfuerzo. No se hace aprecio a nuevas pistas de la concentración sin más consecuencias. Con la contemplación absoluta de toda la Sierra de Amieva, no tarda en llegarse al entronque con la Senda del Ardeciano.

Procede esta senda (por estos lares pista hormigonada) del Collao de Angón. Aunque la intuición, sabido que el chorco se encuentra en las canales del Porrón de Valluengu, invita a girar a la derecha, se tuerce a mano contraria, en dirección a La Collada de San Román.

Un paseo con una vista que se cuela entre la Punta del Canellín y el conjunto del Pico La Cuesta y Aboguero -ventana abierta por el prieto río Vallegón- hacia la mole del Carriá y otros picos afamados como El Recuencu y El Maciédome. Son pocos pasos de deleite hasta chocar con el cruce apuntado en la letra anterior. De frente se volvería a Amieva, así que se continúa por la Senda del Arcediano, encaramándose un par de metros sobre el Camino Real que baja al pueblo.

Sólo queda seguir los rastros reseñados en la letra anterior para encontrar el sendero que conduce al Chorco de Amieva.

2) La Collada de San Román – Collao Corbera – El Chorco de Amieva.

Como dije, el sendero que se encamina al chorco no parte de la misma Collada de San Román. El poste indicativo se encuentra unos doscientos metros más abajo, por la vertiente de Amieva.

Nace como sendero embarrado en un apunte de talud de la pista. Asciende entre tumbados helechos y pinchos paralelo a los linderos arbustivos de los prados de La Collada de San Román, en las faldas inferiores de la Sierra de Amieva.

Esta tirada inicial toca un puñado de árboles que resguardan los invernales y prados que doblan el canto de La Collada de San Román. Al final del tramo se encuentra la fuente. Aquí llegan los senderos que bajan de la Vo de Pozu Redondu y del Valle Cosagre (Coxagre). El sendero del Chorco, aun sin señalizar, no se confunde con ellos, pues ha sido especialmente habilitado para el turismo. Sobre la fuente, en los riscos altos de la peña observan los ojos de la Cueva Coxagre.

Se salta el regato de la fuente y se continúa la marcha. Salvo un escorzo del labrado sendero, la ruta faldea sobre la vega tomada que vierte a la pista (antigua senda del Arcediano sólo reconocible por las marcas de pintura del GR en que ha quedado reconvertida). Con leve ascenso corona el Collao Corbera, al lado del picacho que le da nombre.

La Peña Corbera tiene una buena caída por la solana, dejando caer sus espolones sobre el hormigón de la Senda del Arcediano. La panorámica que se disfruta es un regalo cargado de bellas cumbres, bosques y pueblos; un compendio de postales similares que acompaña toda la ruta. Quizás, la Sierra de Amieva sea la única que pierde definición. Aplastada la senda en sus laderas, sus collados y pliegues confunden la fisonomía de sus dos montañas principales: El Primiellu (1230 m.), cuyo vértice geodésico asegura amplias vistas, y Los Redondos (1244 m.), techo del cordal.

Por encima del Collao Corbera está la collada de entrada a Seorio. Esta sucesión de vegas, en una de cuyas piedras dejó tallada Tito, “El del Siete”, una imagen de la Virgen de Covadonga, se ocultan bajo una falla de la ladera formada por los declives del Primiellu y Los Redondos. El enclave de Seorio se asienta sobre las peñas de Los Jontanales, que se precipitan sobre la Senda del Arcediano.

Pocos restos quedan ya del sendero que sube a Seorio. La senda labrada que conduce al chorco tapa todo atisbo. Faldea por todos los pliegues de Los Jontanales, enlazado colladas abiertas a todo el entorno de Amieva, cuyos tejados no dejan de acompañar al caminante. Así pues se forman tres líneas paralelas: la oculta vega de Seorio; el sendero que ahora se afronta, y, en la base de la ladera de la Sierra de Amieva, la pista que otrora fue Senda del Arcediano.

Doblando el Collao Corbera el sendero cruza una zona de afloramiento kárstico. En el tramo recorrido hasta el collado se intuía un trabajo de asentamiento y ampliación del sendero. Aquí se hace más evidente, pues los rocas se han picado para facilitar el paso de los turistas.

Se alcanza el segundo collado, donde el sendero se cuela entre dos espinos arbustivos. Es similar al Collao Corbera, también con unas peñas calizas semejantes, pero algo menos altivas.

De collada en collada, pasando el camino asimismo al lado de otro arbusto de espinas, hermoso lugar para sentarse a la sombra y contemplar las bellezas de Asturias y León: Picos de Europa, cordales ponguetos y Cordillera Cantábrica.

El Porrón de Valluengu, y por tanto la trampa escondida en sus entrañas, se muestra en toda su plenitud, sin obstáculo alguno que se interponga a la vista. Esta última collada está a la altura del extremo de Seorio, de ahí que se aprecie algún sendero que trata de subir a esa vega. Sin embargo, del sendero del chorco baja por la campera hacia una horcada apretada entre los contrafuertes de la sierra y unos riscos calizos a modo de penitentes. Una alameda de un puñado de árboles acompaña al caminante en su trasponer del singular recodo.

La senda se sitúa bajo los desplomes de Los Murllos, cumbre apretada en el declive de Los Redondos. La peña interrumpe el paso hacia la ladera final, un faldeo reconvertido en trocha destacada entre una tupida banda de bajo matorral. Para alcanzar esa traviesa herbosa el sendero trepa tallado en la roca. Paso corto de unos pocos metros, sin excesiva altura, pero donde conviene prestar atención (sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una ruta seguida por niños).

Pasado el escollo, el sendero de tierra, con alguna roca que aflora, remonta pindia al lado de los contrafuertes de Los Murllos. Destaca una aguja desgajada de la pared, en cuyo filo se sostiene una trepadora. El repecho finaliza cerca de un pequeño covacho, sito a la vera del sendero.

Ganada la altura sólo resta faldear por la canga herbosa siguiendo la trocha abierta entre el bajo matorral. Toda esta última travesía discurre paralela al Rello, larga cumbrera en las estribaciones de la Sierra de Amieva, escalón intermedio entre Los Murllos y el Porrón de Valluengu.

En suave descenso la senda apunta a los bajíos del Porrón de Valluengu. Por arriba, la Boca Valluengo y la vira herbosa que entra en las traviesas altas de este torreón. Por debajo, la Canal de Calero, un tobogán de alta hierba que se precipita sobre las praderías de la Cotada de La Visitancia y la misma Senda del Arcediano.

La vereda salta a una empalizada que cierra la horcada conexa con la Canal de Calero y la del Toyu. En esta horcada está el panel en que se explica el funcionamiento de la trampa para matar a los lobos. Una señal advierte del peligro de acercarse hasta el mismo chorco.

Atendida la precaución, continúa la senda bajando un par de tornos por terreno de hierba y piedra. Ahora afronta la delicada travesía por la cabecera de la Canal de Toyu. El paso no es ni más ni menos complicado que el tramo anterior tallado en la peña. El camino, bien asentado, es ancho y limpio. El peligro radica en el terreno por el que atraviesa. Se trata de una canal muy empinada, un estilo a la anterior de Calero, de alta hierba deslizante. Un tropiezo y se coge velocidad muy rápido. Y la Canal de Toyu, a diferencia de la de Calero, queda cortada en un salto al vacío. Puntiagudas agujas se irguen sobre este ceñido tobogán.

El sendero se pega a la peña, en los mismos contrafuertes del Porrón, junto a un encaramado tejo. Unos metros más arriba se encuentra el muro en que se esconde el chorco. Sólo presenta un paso abierto, por el que se colaban los lobos. Al otro lado estaba el pozo (chorco) tapado el día de la carecía con finos palos. En cuanto pasaba el lobo cedían los palos y esta alimaña caía en el agujero.

El chorco se encuentra en el lado de la horcada que mira a la Canal del Chuercu, de ahí el nombre de dicha canal. A esta canal se entra desde las praderas de La Cotada de La Visitancia. Trepando por ella se entra en las traviesas medias de Les Texuques (en el extremo de la Sierra de Amieva), habiendo otra vira que comunicaba las mismas con la Boca Valluengu, por debajo de la cima del Porrón.

Desde el mismo muro del chorco se apunta también el verde Collao de Angón, cuyas desiguales vertientes son deudoras del Dobra y del río madre Sella. El Canto Carbonero domina con su altura este submacizo de Las Peñas Santas, tierra de puertos, vegas y peñas, pero también de bosques y lobos.

DIFICULTAD:

Muy fácil.

DURACIÓN:

1 horas.

DESNIVEL:

250 m.

ACCESOS:

Con las botas aún calientes tras la bajada del chorco, el grupo vuelve al autocar, aparcado en el pueblo de Amieva. Cuatro kilómetros de carretera permiten recuperar la compañía del Sella, en la localidad de Ceneya.

De nuevo en la N-625 el autocar se deja engullir por los escarpes del Desfiladero de Los Beyos. Al otro lado del peñasco cortado por la carretera está el caserío de Rañes, un vergel de huerta en el mundo del beyo.

A partir de aquí sólo peña y río. El ceñido desfiladero se abre para dar entrada a San Ignacio de Los Beyos, cuyas casas apenas se sostienen en los cantos del otro lado de la apretura. La ruta se adentra en los dominios de Ponga.

A poco del cruce se hunde la cascada de La Redonda, cerca del camino que sube a la majada del mismo nombre, por cuyos senderos han de bajar los compañeros que disfrutan por los rincones de Ordes, Canellín o Baeno.

Unas centenas de metros más de autocar para detenerse en Puente Vidosa, una antigua venta convertida en un establecimiento hostelero de gran auge.

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DESCRIPCION:

Puente Vidosa es uno de los grandes puentes que se suceden en el Desfiladero de Los Beyos. Mirador notable, pues ante él se abre el infinito beyo y, a sus espaldas, San Ignacio contempla la sumisión de otro pequeño beyo, en los bajíos de Viego y la Collada Llomena. Esta mecedura de beyos forma la base donde se sustenta la ingente montaña del Carriá, modesta en altura, que no en desnivel.

La vieja venta se ha ido ampliando y descubriendo nuevos horizontes. Es un referente para las actividades de turismo activo. Todo un paraíso para los amantes de los parques de atracciones: tirolinas, escalada entre hierros, puentes colgados en el vacío.

Pero Puente Vidosa, aparte de la ingente obra de ingeniería que venció al beyo, siempre fue conocido por el salto del Aguasalio. Esta selvática cascada nace de las mismas entrañas del beyo y rompe las peñas para dejarse atormentar por los cantiles del profundo río Sella. Cuando nieve y lluvia se alían, las entrañas de este rincón de los Picos de Europa escupen gran cantidad de agua pintando una acuarela de espuma que muchos pintores se prestan a copiar.

Más arriba, donde no parece posible si quiera tenerse en pie, hubo un pueblo que en la actualidad muere en el olvido. Entre los gritos de la gente que disfruta entre cables, maromas y acero, aún queda sitio para aquellos que sólo buscan recordar el silencioso pasado.

El camino de Rubriellos se encuentra unos metros por debajo del establecimiento hostelero, en la orilla de la carretera. El sendero sube a la misma base de la cascada del Aguasalio. Ahora, desde el mismo edificio, parten una serie de paseos por los que también puede llegarse al mismo salto.

El regato se salva por un funcional puente que, cuando la cascada se enfada, dispara sus vapores sobre los caminantes. Son pocos los días en que el Aguasalio muestra toda su fuerza, normalmente esos días donde la gente se resiste a salir de la cama. La naturaleza sigue sus ritmos ajena a un hombre acomodado que parece escondido.

El romper de las aguas apaga las voces. El camino se adentra en un bosque que desafía las verticales del beyo. Dos pasos separan dos mundos: el nuevo turismo que dicen activo, y los viejos caminos que buscaron comida donde sólo se intuían rocas y huertas colgadas en las paredes del beyo.

Por los vestigios del pasado, sin más sonido que los trinos de los pájaros o el ulular del viento, muestra sus encantos el Monte La Regata. La riqueza húmeda del bosque quiere apoderarse de un terreno conquistado por nuestros antepasados. En La Batuda se encuentra la primera cuadra. No queda mucho para llegar el conjunto de Rubriellos, el abandonado pueblo de Ponga, en los confines de los Picos de Europa.

Rubriellos es el único pueblo de la margen derecha del beyo del río Sella. Ligado administrativamente al concejo de Ponga, cuenta con construcciones comunes a estas escarpaduras del Desfiladero de Los Beyos, en particular un tipo de hórreo con características propias. El hórreo beyusco presenta cubierta a dos aguas. De pequeño tamaño demuestra la escasa producción de estas agrestes tierras, huertas pequeñas que aprovechaban las escasas terrazas del beyo.

Hace muchos años pasaba por los caminos de Rubriellos. Siempre me tropezaba con Lorenzo, el único habitante del pueblo. Vivía en San Ignacio, capital del beyo, en los cantiles colgados en la margen izquierda del Sella. Subía a Rubriellos para atender a sus cabras.

Lorenzo recorría los vericuetos de este rincón del beyo, aunque había veredas que ya no transitaba, pues se movía por los mejores pastos para sus cabras. Su trasiego diario permitía mantener un hilo de aliento en la vida de Rubriellos. Los prados ganados al bosque de La Regata hacían con su presencia un testimonio de seguir aún vivos, sin interés en volver a su pasado forestal.

¿Qué será hoy de Lorenzo? ¿Seguirá subiendo todos los días a la tierra que le vio nacer? ¿Tomarán sus hijos el testigo de una vida consagrada al beyo? ¿Qué será de Rubriellos? ¿Seguirá siendo el pueblo de Lorenzo o será ya un pueblo fantasma?.

Abajo en Vidosa sigue la gente gritando en las tirolinas. Arriba en Rubriellos reina el silencio de un pasado que, con los años, se irá tapando por la maleza. Una civilización aún vivida, pero que pasará a engrosar la lista de civilizaciones perdidas en la historia, cuyas ruinas hoy tratamos de reconstruir.

Rubriellos es el fin de una cultura, etnográfica y rural, que no depende del paso de montañeros ociosos, sino de la salud de su último habitante.

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Fotos de la salida al Canellín de Ricardo el 13_03_2016 Fotos de la salida al Canellín de Begoña el 13_03_2016 Fotos de la salida al Canellín de Ito el 13_03_2016 Fotos de la salida al Canellín de Severino el 13_03_2016 Fotos de la salida al Canellín de Nardo el 13_03_2016