1ª Jornada:

PUNTO PARTIDA:

Curvona de Sotres (940 metros), en la carretera de Poncebos a Sotres, ochocientos metros antes de Sotres.

DIFICULTAD:

Muy difícil.

DURACIÓN:

13 horas y 30 minutos.

DESNIVEL:

2.300 metros .

CARTOGRAFÍA:

Adrados. Picos de Europa. Macizos Central y Oriental. Escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

Un kilómetro antes de llegar al pueblo cabraliego de Sotres, en plena revuelta de la carretera, aparece señalizada la pista por la que se inicia la andadura hacia la Vega de Urriellu. En el único desvío que presenta, por encima de la agrupación de los invernales del Texu, se sigue de frente en ruta hacia los Puertos de Áliva.

La pista asciende muy suavemente por todo el valle glaciar del río Duje, línea divisoria entre los Macizos Central y Oriental. Corona una falsa planicie de muriadas praderías. El lecho del Duje, reseco y pedregoso durante los estíos, toca aquí tangencialmente la pista. Su lecho se proyecta hacia la perfecta pirámide del Escamellao, en el extremo de la Sierra de Juan de la Cuadra. En el fondo de la vega, se agolpa otro mosaico de invernales pertenecientes a Sotres.

La pista serpentea entre la peña y las murias de las fincas. Cruza el Duje camino de este enclave pastoril, donde la figura del Escamellao va cediendo protagonismo a una montaña del macizo vecino, el Pico Cortés.

En las Vegas de Sotres se abandona la compañía de la pista, colándose entre los invernales para pasar a una breve acanaladura, ceñida entre prietas peñas con abundantes oquedades.

A los pies del Escamellao, descubrimos una vasta planicie, ligeramente inclinada, donde convergen la más definida Canal del Fresnedal con el extenso valle glaciar de las Moñetas. El sendero gana altura pausadamente, hasta llegar a una solitaria roca. Último respiro, antes de afrontar las primeras rampas de la Canal del Fresnedal. Remonta por los laterales del fondo de esta interminable vaguada, de la que apenas apuramos los primeros trazos. Al llegar a la altura de la majada que le da nombre, cuya única cabaña en pie es visible desde todo el valle, nos desviamos a la izquierda, hacia el Valle de las Moñetas.

Este valle es el lecho de una antigua lengua glaciar, que se abrió camino entre lo que hoy es la Sierra de Juan de la Cuadra (al Sur) y Peña Castil (al Oeste de la majada). La afilada caliza del Cuchallón emerge solitario en la cabecera del valle, escoltada por toda la cresta de torres que nos hemos fijado como objetivo.

Delante de la cabaña se coge el transitado sendero del lago de las Moñetas. Flanquea a media ladera, sobre el fondo del valle, con el que se reencuentra a las puertas de la vega del Carrazoso. Se atraviesa esta pequeña llanada de pastizal, buscando la salida en un breve canalón que se escapa por su izquierda. Gira al final para cortar las pìndias laderas que miran a la vega. Pronto retoma la línea de salida de la vega, que parece ir escorándonos hacia el costado izquierdo del mundo de las Moñetas, según el sentido de la marcha.

Nos acercamos al Llagu Viejo, un jou que en su día pudo albergar una cubeta de agua. Ladera arriba, superando una costosa cuesta, se corona una collada de pastizal por la que se devola al Lago de las Moñetas, cuenco superior de esta pareja de hondonadas, en el que aún se conserva un cristalino lago de montaña.

El frecuentado camino nos ha conducido a un callejón sin salida, cegado por una umbría pared que sustenta los contrafuertes del costado de la Sierra de Juan de la Cuadra. Sólo se apunta salida por los tumbados lleraos de la sierra que resbalan hacia las mismas orillas del lago. No obstante, un sendero se abre camino por las peñas que cierran el circo por el Norte. Trepa monte arriba, donde se bifurca en dos brazos. Apurando los últimos metros del ramal de la derecha, coronamos una pequeña horcadita por la que se devola a un terreno más ondulado, en este abrupto lateral del Valle de las Moñetas.

El camino que ahora seguimos corta el valle de parte a parte, siempre a media altura, por la majada de Las Moñetas. Sólo seguimos su rastro en los primeros compases. Remontada una pronunciada y corta cuesta, entra en una hoyada en que se esconde la boca de un estrecho canalón. Abandonamos la senda principal, entrando en el ceñido pasillo, donde parecen adivinarse las trazas muriadas de una antigua vereda.

Reconducidos valle arriba por el canalón, nos dejamos llevar por el terreno, a través de la zona más caótica del valle, hasta quedar prisioneros en un escorado y profundo jou. Vivimos la contradicción de encontrarnos hundidos en la cabecera del valle. Cierra la depresión una formidable ladera cárstica de alta montaña, por la que deberemos ir buscando el terreno más favorable. Remontamos cortando en diagonal, hacia el extremo final de la Sierra de Juan de la Cuadra, punto de engarce con la boca de salida de la Canal del Vidrio y paso a las hoyadas lunares de las Coteras Rojas. Cortamos, pues, bajo los contrafuertes de Tiro Navarro, voluminosa montaña que domina este extremo del valle, sólo ensombrecida por las mayores escarpaduras de Peña Vieja. Un poste de colores, destinado a ser cubierto cíclicamente por masas aleatorias de nieve, nos devuelve a otra ruta frecuentada de paso, la vereda de alta montaña que une la Canalona con la Horcada Bonita, en ruta desde Fuente Dé a la Vega de Urriellu.

Esta senda marca nuestra dirección, mas debemos retroceder por sus huellas, para seguir una línea paralela que vaya entrelazando las distintas cumbres de la cuerda. Apuntamos directamente al Collao de Santa Ana. La orientación en este sector de los Urrieles es sencilla, dado que las principales torres se alinean en una cuerda que cierra la cabecera del Valle de las Moñetas, de la que sólo se desgaja como montaña más renombrada el Cuchallón de Villasobrada.

En el extremo Peña Vieja (al Sur del poste para medir la capa de nieve), inconfundible por ser la máxima cota y centro de peregrinación de este sector. El modesto crestón de la Torre de las Coteras Rojas separa esta mole de peña y gravera del Collao de la Canalona. Entre esta horcada y la Collada de Santa Ana, a la que nos dirigimos, se interponen los picos que dan nombre a la misma, primero de los objetivos del día. El farallón sur de Tiro Navarro, en el que se asienta la panda de subida, corta la comba de la Collada de Santa Ana.

De la Collada de Santa Ana se devola hacia el Jou de los Boches, por el que podemos doblar hacia la Vega de Urriellu. Sin embargo, nos detenemos en la amplia boca de la collada para trepar a los Picos de Santa Ana (2.602 m.). El más sencillo es el que cierra la collada, pero la cumbre cimera es la de atrás, que se puede atacar en diagonal desde la misma Collada de Santa Ana (IIº).

Retornamos a la Collada de Santa Ana. Retrocedemos por nuestros pasos, evitando los farallones del Tiro Navarro (2.601 m.). La vía de entrada a la rampa de subida es un pequeño resalte que se encuentra en el vértice inferior de la misma (IIº).

Tendremos que caer siguiendo la cuerda del cordal a la Horcada del Infanzón, paso a la crestería que forman los Campanarios (2.566, 2.574 m.). Las guías señalan una dificultad de Iº (fácil) desde la Horcada de Lebaniego, al otro lado de esta sucesión de cimas.

La Horcada de Lebaniego, que recibe el nombre de la canal que cae, al Oeste, sobre el Jou Sin Tierri, es nuestra siguiente puerta de paso, camino de la torre que la cierra, La Morra (2.556 m.), de la que se desgaja una cima secundaria también practicable desde la horcada. La dificultad de esta ascensión nos devuelve al segundo grado (IIº).

La Morra es un puntiagudo dedo que se desploma sobre las profundidades del Jou Tras El Pico. Esta profunda depresión, donde se asentaba una de las cubetas glaciares que modelaron el costado oriental del Picu Urriellu, quiebra la uniformidad del cordal que venimos coronando, desdoblándolo en dos brazos bien definidos. El primero entronca nuestra cumbre con el espolón Sudoeste del Picu (Naranjo de Bulnes), a través de los Tiros de la Torca. El otro brazo, gira completamente al Este, para envolver el Jou Tras el Picu por el Sur y por el Este. En esta nueva cuerda de agujas, se van perfilando nuestras siguientes metas.

Caemos de La Morra por toda la cresta oriental, que engarza con la Torre de las Colladetas (IIº). Destrepamos la arista de esta torre, para bajar –a continuación– hasta la Collada de las Colladetas, por donde cruza la vereda de alta montaña viene flanqueando estas torres desde la Canalona. Sita al pie del Cuchallón, nos permite ir bordeándolo hasta encontrar sus dos principales vías de subida, en la cara que mira hacia el Norte (dificultad que oscila entre el Iº y el IIIº).

El Cuchallón (2.419 m.) es la única montaña destacada que se desvincula de la cuerda de torres que envuelve el Jou Tras el Picu, de la que nos queda por ascender la Aguja de los Martínez y la Torre del Oso.

La primera se ataca desde la falsa Collada Bonita, es decir desde la quebrada que separa esta aguja de la Torre del Oso (IIº). Collada Bonita es la horcada más escondida (para los que se acercan desde la Canalona) que está a la izquierda de aquella aguja, en el corte de la Torre de las Colladetas.

La Torre del Oso (2.478 m.) se atacaría desde una tercera horcada, sita más al Norte, por la que también se pasa a la vertiente del Jou Tras el Picu. La trepada a esta torre está catalogada de tercer grado (IIIº).

Una vez conquistada esta última dificultad del día nos dejamos caer por la Canal de la Celada, acanaladura que se precipita bajo los despeñaderos de la cara Norte del Picu Urriellu (Naranjo de Bulnes), hasta la misma Vega de Urriellu.

La alternativa más sencilla es:

DIFICULTAD:

Fácil.

DURACIÓN:

4 horas.

DESNIVEL:

1.100 metros.

DESCRIPCIÓN:

La pista de inicio es la misma que la descrita anteriormente, pero pronto nos separamos por el ramal que baja a los invernales del Texu, a orillas del Duje.

Cruzado el río, por encima del bonito puente de piedra del camino antiguo de Pandébano, inicia un suave ascenso. En la primera revuelta a la derecha, podemos meternos en un pasillo natural, donde se descubre el trazado del antiguo camino. Gana rápidamente altura, buscando los resquicios del terreno a base de retorcidos tornos. Sale a una pista secundaria que nos devuelve a la principal, cerca del Collao Coaceña.

Un falso llano precede la única bifurcación reseñable, perfectamente señalizada. La pista remonta por las faldas de Peña Maín, donde la apiñada majada La Robre se debate entre su condición de majada de altura o de promesa de aldea.

Algo más arriba se encuentra la zona de aparcamiento de una pista en la que está prohibido circular, contradicciones irresolubles de la naturaleza humana. Nada más coronar, nos tiramos a la campera de la derecha, remontando ladera arriba hacia la majada de Canero, entre cuyas cabañas se encuentra una abundante fuente.

Las cabañas son el jito indicador de la travesía que conduce al Collao Pandébano. Llaman la atención el Neverón de Urriellu y el conjunto de Los Albos, blancas peñas de caliza que contrastan con las verdes tonalidades del entorno de la llanada de Pandébano. Entre ambas montañas se interpone la Horcada Arenera, paso hacia el techo de los Picos, la Torre de Cerredo. Aunque en esta ocasión en la aproximación a ésta vamos a buscar los costados sureños del Neverón de Urriellu, dejando el paso por la Horcada Arenera para mejor momento.

El Naranjo también se nos muestra tímidamente, en un juego de complicidades que no empezaremos a ganar hasta el Collao Vallejo.

Para coger el arranque del actual camino de la Vega de Urriellu, deberemos remontar toda la cuerda del Collao Pandébano en dirección al Sur. Se alcanza así una segunda collada desde la que se da vista a la majada de la Terenosa. El sendero de tierra se va marcando a medida que nos acercamos a la primera cabaña de la majada, momento en el que convergen las distintas alternativas que los montañeros o turistas han ido arañando al camino original.

En las remozadas cabañas del fondo, entre las que se camufla el viejo refugio, se coge definitivamente la caja del trabajado camino de la vega. El terreno rompepiernas del inicio, es el preludio de la penosa y continuada ascensión al Collao Vallejo, cortando la larga ladera que vierte sobre el hayedo de La Varera. En el fondo del valle, en la boca de la entalladura que forman la Peña Maín y el Murallón de Amuesa, se aparecen brevemente las casitas de Bulnes.

El camino dobla por debajo del Collao Vallejo, tallado en la roca que sustenta esta collada, por encima de las canales de Valleyu. Tras este recodo el Naranjo ofrece una primera impresión de conjunto, reclamando la atención de la que hasta ahora habían gozado sus vecinos el Neverón de Urriellu y Los Albos.

Las pindias laderas herbosas que vierten el Jou Baju, en las ceñiduras que apuntan a Valcosín, empujan al camino a un agradecido descenso. La travesía de las canales, hasta otra de las voladuras del camino, debe hacerse con sumo cuidado, pues no son infrecuentes las caídas de piedras tiradas por las despistadas cabras o los asustados rebecos. Dada la inclinación de la ladera, las piedras, con independencia del tamaño, cogen en pocos metros una velocidad endiablada.

Terminado todo el recorrido envolvente de las Canales de Valleyu se dobla un nuevo recodo de desgarrada voladura. La vista se abre al empotrado valle de Valcosín, y a las dimensiones del Jou Lluengu, resultado de la erosión de la lengua glaciar que modeló la aguja del Picu Urriellu.

Atravesamos primero un llerao, en la base de lo que fue una lengua secundaria, que se alimentaba en la cuenca glaciar del Jou Tras el Picu, y que contribuyó a esculpir el otro lateral del monolito de Bulnes.

El camino se aprovecha de un puente natural colgado entre dos torcas. Es el preludio de la gran ascensión hacia la vega. El terreno favorable toca a su fin. El sendero se adentra en el lateral oriental del Jou Lluengu, y empieza a apuntar los primeros tornos del ascenso final. Es cuestión de tomarse la jornada con calma, pues los sufrimientos del día se terminarán al llegar a la Vega de Urriellu.

El Picu, concretamente su histórica Cara Norte y el temido desplome bermejo de su Cara Oeste, van amenizando la lenta ascensión de la caravana humana.

. En los últimos metros la subida se atempera. Cortos descansos que indican la proximidad de la Vega de Urriellu, donde se ha levantado el refugio en que vamos a pasar la noche.

Los más afortunados podrán reponer sus fuerzas con el menú del refugio, aprovechando la ración de aquellos otros compañeros que aún siguen intentando completar las últimas cumbres de la alternativa antes descrita.

2ª Jornada:

DIFICULTAD:

Alta.

DURACIÓN:

10 horas.

DESNIVEL:

650 metros.

DESCRIPCIÓN:

Se retoma la jornada anterior en el café de la Vega de Urriellu. Si ya han llegado los compañeros que andaban coleccionando los picos de esa jornada, podemos dirigirnos al camino de los Horcados Rojos. Sale por la vaguada que se extiende al Sur de la vega, cabecera del Jou Lluengu.

Remonta hasta la misma Gargantada del Jou Sin Tierri, viendo como se va perfilando la Cara Oeste del Naranjo, la pared imposible. La horcada de paso al jou se encuentra a la derecha de la roma cerra pelada que culmina el Jou Lluengu, y que domina la Vega de Urriellu.

El Jou Sin Tierri forma, con el de los Boches, la doble cubeta que alimentaba las lenguas glaciares que se abrieron paso entre las montañas originando las grandes valladas de las Moñetas y del Jou Lluengu. El sendero más pisado y frecuentado faldea por el lateral izquierdo de la cubeta, en ruta hacia los Horcados Rojos. Nosotros flanqueamos el frontal del Jou y nos salimos por una vaguada que se proyecta al Sudoeste.

Esta valleja de pedrera se abre en las hoyadas de llerao de la parte superior, desde la que se aprecian las dos horcadas de salida. A la izquierda quedaría la Horcada de Caín, puerta de paso a los Hoyos Grandes y a la Canal de Dobresengos. Esta depresión separa los Picos de Arenizas del Tiro del Os.

Entre el Tiro del Oso y Pico de Boada, contrafuerte de La Párdida (vecina, a su vez, del Neverón de Urriellu), se apunta la Horcada de Don Carlos. No habría inconveniente en subir primero a la primera de las horcadas citadas, para empalmar con el sendero de montaña procedente del teleférico de Fuente Dé. La senda faldea las llambrias y lleraos de la base del Tiro de Oso, disfrutando de una perspectiva envidiable del Naranjo.

Por la Horcada de Don Carlos (2.418 m.) se devola al Jou de Cerredo. No nos tiramos al fondo del jou, donde descansan los rebecos, sino que remontamos unos metros a la izquierda de la horcada, doblando en travesía hacia una vira diagonal que corta las caídas norteñas del Tiro del Oso. La entrada en esta vira está interrumpida por un pequeño flanqueo de segundo grado.

En la parte final de la diagonal cede la verticalidad del Tiro del Oso. Por acanaladuras de gravera y llambria se va ganando altura, con el fin de entrar en una sucesión de viras menores (Iº) que nos dejan casi en la misma cima de la montaña (2.572 m.).

Con las botas de “Siete Leguas”, iremos saltando de torre en torre hasta situarnos en la base de Torre Cerredo, el Rey del macizo. En el medio habremos dejado la Torre de Coello y la Torre Bermeja, que no pasa de ser un apéndice de Torrecerredo. Su ascensión no tiene más historia que lo accidentado del terreno.

La vía normal de Torre de Cerredo (IIº), discurre por su cara Sur. Entra por un estrecho canalón, a la derecha del bloque compacto en el que cuelga la rampa de salida. Precisamente por su derecha, se encuentran las vías de escape de este embudo, cegado en su parte superior. Una travesía hacia la izquierda, sobre los bloques que interrumpen el canalón que se acaba de dejar, nos deposita en los primeros resaltes de la rampa de salida. Esta aéreo plano se corta en diagonal, apuntando a una pequeña muezca, por la que se dobla a la arista cimera, ya en plena cima de Torrecerredo (2.650 m.).

Desde esta atalaya todos los Picos quedan a nuestros pies, ni siquiera el Naranjo, con sus temibles caras de escalada, llega a acercarse hasta estas alturas. Al Norte disfrutamos de la Cara Sur de la Torre de los Cabrones, que con Cerredo cierran uno de los últimos restos glaciares de los Picos de Europa, el microglaciar del Jou Negro. El Jou Negro y la perfecta silueta que la Torre de los Cabrones ofrece desde el jou que le da nombre, serán regalos de nuestro descenso. Desde el techo de los Picos queda extasiarse con los abismos que vuelan hacia las profundidades del Cares y con la hermosura de la reina de los Picos, Peña Santa. Montaña de hermosa figura que ha bautizado todo un macizo, el del Cornión, sustento de nuestro primigenio Parque Nacional de la Montaña de Covadonga.

Destrepar una montaña es el mejor antídoto contra la depresión, pues cada movimiento nos recuerda el apego que le tenemos a este valle de lágrimas. Es un juego entre la razón y el instinto, entre la técnica y la supervivencia. Sólo cuando vence la serenidad y aflora la técnica aprendida o asimilada, convertimos la destrepada en un lúdico momento de ensueño.

Ganada la base de Torre Cerredo, nos tiramos gravera abajo. Llegamos a una hondonada, donde entramos por un pasillo a la izquierda, colgado sobre un pequeño cuenco. Se destrepa hasta este rellano de pedrera. Tras otro corto descenso, se coge una travesía en la llambria, que nos deja en una canal de gravera que baja por el lateral de la Torre Labrouche (que junto con el Risco de Saint-Saud, constituyen las dos agujas de Cerredo). Flanqueamos la gravera a media ladera, en dirección a una ondulada collada en la base de aquélla aguja.

Trasponiendo a la otra vertiente se inicia el descenso hacia el Jou Negro. Para evitar perder altura la vereda atraviesa una aérea llambria colgada sobre el jou. Al otro lado saldremos a la collada sita bajo las agujas de Cabrones. Estamos a caballo de dos de los jous más maravillosos del Central. En el Jou Negro se conservan los restos de un pequeño glaciar, incluso se marcan las morrenas lateral y central del mismo. Torre Cerredo adquiere aquí una figura fina y esbelta de increíble belleza.

El Jou de los Cabrones, al que se baja pegado a la peña de la derecha, por una larga rampa de gravera, es un reencuentro con el pastizal. Un manantial nace en el otro extremo de la vega, aprovechado para alimentar al refugio de montaña allí enclavado. Cabrones no es un jou abierto a amplias panorámicas, pero es el jou de la Torre de los Cabrones, cuyas definidas aristas le confieren la imagen de la montaña ideal.

Escapamos del trasiego del refugio por la boca del jou. Cogemos el sendero arrimándonos a la peña de la izquierda. Entramos en un terreno rompepiernas donde se suceden pasos de trepada. Los más comprometidos están protegidos con cuerdas fijas. Todo este caótico terreno nos permite ir flanqueando los faldones del largo cordal de los Cuetos del Trave. Los dos últimos cuetos de la serie, están separados por una profunda brecha. Nos acercamos a su altura, y ya se apunta el fin de la larga travesía. El sendero gira hacia la derecha, empujado por los contrafuertes del último de los cuetos. Atravesando una llambria, alcanzamos la cimera de la Cuesta del Trave, en el inicio del crestón que conduce a la cima del más individualizado de los picos de la sucesión.

Descendemos por toda la loma, dando vista a la majada de Amuesa. Cuando la llomba empieza a ceder ante los afloramientos calcáreos, nos tiramos por el costado izquierdo. Sólo afrontamos un tramo de descenso, enseguida se llega a una confluencia de sendas. Volvemos a la derecha, a buscar el canto que nos delimita por este lado, que alcanzamos en la collada por la que se devola a la majada de Orandi. Al abrigo del viento, las cabañas tratan de resistir en pie el paso de los años. Imperecedera nos parece sin duda la larga ladera del Cueto del Albo, una montaña de desorbitado volumen que reclama el protagonismo del descenso.

Volvemos a perder la cuerda del crestón, nos dejamos conducir por una pequeña hondonada de pasto, que retorna al costado izquierdo de la línea del cordal. Retorna nuevamente a la misma en una amplia collada inferior, de resecas llamargas. Ya estamos en los pastos de Amuesa, al lado de la collada cimera de la canal del mismo nombre.

No hace falta llegar a la majada, que va perdiendo la poca vida que le quedaba. Sólo los rebaños que aún suben a pastar a esta amplia meseta de pastizal, evocan una economía de subsistencia que agoniza. Perdura el pastoreo, como lo prueba el hecho de que siguen buscando agua para abastecer un ganado que apura la insuficiente charca de Amuesa; pero renunciando a la vida en la majada. Los primeros en escapar fueron los montañeros, que encontraron mejor acomodo en un refugio construido al pie de las montañas. La cabaña de Amuesa utilizada con ese fin quedó condenada al abandono. Les siguieron los pastores, hartos de luchar contra los elementos.

En la collada que precede a la majada se puede entrar en la Canal de Amuesa, un embudo natural que fluye hacia las caleyas de Bulnes. Estamos en tierras de Reconquista, en meseta de huida de los moros en busca de la protección de la meseta castellana. Ellos vieron el Collao Pandébano como una esperanza más en su escapada desesperada por el corazón de los Picos, nosotros como un nostálgico recuerdo del camino recorrido. Entre Amuesa y Pandébano está Bulnes, entre Amuesa y Pandébano hay un día de distancia y una luna de Picos.

El camino de la majada de Amuesa vertebra toda la canal, que, en cuanto se ensancha, se desvía a la derecha para evitar la mancha de pedrera que la caracteriza, y por la que se precipita una variante más rápida de descenso. En la base de la canal se suceden una serie de planicies donde se acumulan las redondas caídas de los contrafuertes de Amuesa y del Albo, que ciñen este valle glaciar.

Al finalizar este agradecido paréntesis en el continuado descenso, el camino ya se dirige a Bulnes de Arriba, no sin antes acercarnos a una fuente eterna y cristalina. El bebedero aprovecha el manantial que brota al lado, al pie de una gran roca, y que se ha reconducido para el abastecimiento del pueblo.

Cerca se encuentran ya las murias de las primeras praderas de Bulnes, que van a encauzar nuestro descenso hasta el pueblo. “El Castillo”, barrio alto de este doble pueblo, emboca la profunda tajada del Tejo, desgarro de una lengua glaciar de la que es heredero el mismo Naranjo. Por la Canal del Tejo baja el antiguo camino de Bulnes, hoy cambiado por una camino de hierro que se pierde en la oscuridad de un túnel.

El camino baja desde Bulnes, La Villa, siguiendo el curso del río. Nosotros enlazamos con él a la altura del invernal de Colines. Sólo nos resta una hora de descenso por un camino que evoca tiempos de aislamiento y de silencio en la montaña.