PUNTO PARTIDA:

Fuente Dé (1.080 m.). Se sube en el teleférico hasta el Mirador del Cable (1.834 m.), que será el punto de partida.

DIFICULTAD:

Muy difícil.

DURACIÓN:

9 horas.

DESNIVEL:

800 metros .

CARTOGRAFÍA:

Adrados Picos de Europa, Macizos Central y Oriental, escala 1:25.000.

DESCRIPCIÓN:

En la misma estación superior del teleférico de Fuente Dé se coge la pista minera que nos lleva a La Vueltona. Nos resulta ya familiar, por haberla recorrido en la travesía del año pasado a Horcados Rojos. También nos es conocido el camino que remonta desde esta revuelta de la pista hasta los lleraos sureños de los Picos de Santa Ana y de la Torre de los Horcados Rojos, en ruta hacia la collada del mismo nombre.

En la collada anterior, frente al mojón natural de las provincias de Asturias, Santander y León, el Tesorero, el camino se desdobla en dos ramales, uno por cada lateral de la collada. Esta vez no nos acercaremos al afamado mirador del Naranjo, sino que elegimos el sendero opuesto, que corona una modesta sierra calcárea, en el entorno conocido como Examinacorizas. Nombre bastante revelador del tipo de terreno al que nos enfrentamos.

Se alcanza la cimera de esta sucesión de lomas, unos metros más arriba del curioso refugio de Cabaña Verónica, cúpula metálica de pequeñas proporciones, asentada sobre un firme pedestal de un bonito color rosa. Por todo el llombo calcáreo remontamos hacia el Oeste, disfrutando en silencio de la bella estampa del Naranjo sobresaliendo por detrás de la concurrida collada de los Horcados Rojos.

Al finalizar el corto cresteo por las cimeras de este microcosmos de torcas y neveros, nos dejamos caer por el costado noroccidental del último de los cuetos, hacia el pliegue con la caótica falda de los contrafuertes del Tesorero. Se retoma dirección Oeste, flanqueando estas agresivas laderas que pronto vierten a la enorme depresión lunar de los Hoyos Engros. Siempre cerrando esta cubeta glaciar, enlazamos corredores naturales de llambria, que van guiando nuestro caminar hacia la Collada Blanca, depresión desgastada por la vieja lengua glaciar que devolaba hacia el Cares por los dominios de Dobresengos.

La Collada Blanca es la combada línea de engarce entre los crestones que caen de la Torre Blanca y los contrafuertes occidentales del Tesorero. Constituye la puerta de paso al Hoyo de Trasllambrión, circo cercado por las máximas alturas de los Urrieles, con permiso de Torre Cerredo, y en cuyos laterales se conservan restos glaciares de otras épocas más gélidas.

Se remonta todo el circo, sorteando los brazos del microglaciar entre pequeñas morrenas de gravera y pulidas llambrias tapizadas de grijillo. Alcanzado el rellano superior, nos desviamos a la izquierda, a la brecha de corte entre los dos cordales que cierran el circo, el del Tiro Tirso y el del Llambrión.

La línea de Torres que culmina en aquella cima, se inicia en la Torre Blanca, y proyecta sus verticales flancos sobre la dura nueve del jou. En el otro extremo quedaría Tiro Tirso, tercera altura de los Picos de Europa y primero de nuestros objetivos. En el centro destaca una pequeña torre, a la que llaman Sin Nombre.

El segundo de los cordales que cierran el circo, por su frontal occidental, está formado en su integridad por la crestería del Llambrión, segundo techo de los Picos, aunque de perfiles no muy definidos. A su derecha hay una pequeña brecha, horcada de entrada a Tiro Callejo, complicado paso hacia el Hoyo del Llambrión. Quedan a su derecha dos solitarias torres, la de las Llastrias y la del Hoyo Grande, en apariencia modestas, pero que rebasan los dos mil seiscientos metros.

En otras jornadas nos acercábamos hasta aquella profunda brecha para buscar, en el intrincado laberinto calcáreo del que emergen estos colosos de los Picos, el Lago Cimero. Pero esta vez toca trepar hasta la cima del Tiro Tirso. La vía normal sigue toda la cresta, desde la misma horcada. Aérea, aunque con buena roca, presenta un corte en el último tramo que puede llegar a apuntar el tercer grado. El resto es un segundo grado sostenido.

Esta ascensión es el complemento ocasional del verdadero objetivo del día, el Llambrión. La vía normal de la cara Este busca una canal que se mete por la pared a la derecha de la cumbre. El grado de dificultad es el mismo que el reseñado en el Tiro Tirso, aunque la trepada es más protegida. Esta torre leonesa es, como ya señalé anteriormente, la segunda en altura de los Picos de Europa. Aunque no es de destacada silueta, el vértice geodésico de su cima es garantía de una amplia panorámica. Desde el valle siempre fue mirada con respeto, se cubre con los primeros nubarrones y recibe las primeras nieves, es el señor de Valdeón; de ahí que llegara a contar con una imagen de la Virgen de Corona, patrona del valle.

El descenso más utilizado en la actualidad está señalizado con pintura amarilla. Debe crestearse hacia la Torre de las Minas de Carbón, en el extremo de los contrafuertes que el Llambrión proyecta hacia el Oeste. En el flanqueo de uno de los riscos del crestón, en una gravera de prietas piedras que dan nombre a aquella torre, nos desviamos – a contramano – por el costado derecho de la peña. Quedamos cerrados por una llambria colgada sobre el vacío. Es el paso más delicado de la bajada. Ha de hacerse una corta travesía horizontal por el centro de la llambria, para salir a la rampa que se oculta al otro lado. El resto es ya una sencilla sucesión de destrepes, crestas y rampas que sortean los entresijos de la peña, remansando en los lleraos inferiores del Hoyo del Llambrión.

La vía termina en el caótico frontal de la cubeta propiamente dicha. Debe proseguirse el descenso hasta quedar sobre una franja intermedia de verticales llambrias que cierra el circo. Una estrecha canaluca, permite salvar esta barrera, enlazando ya con las laderas de pedrera que entroncan con el camino de Collao Jermoso. No es necesario desviarse hasta el refugio, sino que se empalma con el camino de regreso en pleno ascenso a Las Colladinas, ruta coincidente con la alternativa más sencilla que se pasa a describir.

La alternativa más sencilla es:

DIFICULTAD:

Media.

DURACIÓN:

7 horas.

DESNIVEL:

600 metros.

DESCRIPCIÓN:

La estación superior del teleférico cuelga sobre el corte de la meseta que cierra el circo glaciar de Fuente Dé. Una aéreo mirador permite contemplar toda la panorámica de la abierta cabecera del Valle de Camaleño (Liébana), donde las calizas de los Picos de Europa contrastan con los bosques y vegas que salen al paso del naciente Deva. En el recodo de esta cabecera fluvial se recogen los asentamientos de Pido y Espinama, a los mismos pies del Coriscao.

Entre las construcciones de la estación se cuela el extremo de una pista, que nos vale para iniciar nuestra andadura. Damos nuestros primeros pasos entre las oleadas de gente que suelta el teleférico. Entre las montañas del entorno llama la atención la enorme mole de Peña Olvidada, cuyas onduladas camperas cimeras son el refugio de rebecos, montañeros y escaladores. Otras torres y picos la superan en altitud, pero no en volumen.

Entre las montañas que cierran la meseta por el Oeste quizás sea el Pico San Carlos la que más se parezca a Peña Olvidada. Más modesta en cuanto a dimensiones, su antecima (la Torre de Altáiz) le da esa forma amesetada de la que extraemos ese ligero parecido entre ambas.

Nos interesa especialmente el Pico San Carlos, porque por su lateral izquierdo discurre la Canal de San Luis, a la que tenemos que dirigirnos.

El paseo por la frecuentada pista minera termina en una pronunciada curva, que emboca el repecho que remonta hasta la Horcadina de Covarrobres, al mismo pie de las agujas de Peña Olvidada. Evitamos este repecho, cayendo en pleno giro por la ladera de la izquierda, de frente a la Canal de San Luis, entre los restos de viejas construcciones mineras.

La aproximación a la canal sigue una loma, evitando bajar a la profunda depresión en que desaguan los Pozos de Lloroza. Enseguida estamos flanqueando el lateral izquierdo (sentido ascendente de la marcha) de la Canal de San Luis, con la referencia de un Pico San Carlos que parece ir cobrando una mayor dimensión.

En la parte intermedia de esta primera parte del ascenso, el camino se desdobla. Desvío aparente, pues el ramal de la derecha muere al lado en una bocamina. El otro camino gira, saliendo por una valleja lateral de la canal. Cambio de sentido extraño que pronto corrige, para enlazar en cuesta una serie de viras de la peña, más asequibles que el lecho pedregoso del propio fondo de la canal.

En la parte final de ésta los jitos se esparcen por un complejo laberinto de falsas torcas y llambrias, ceñido en un pasillo calcáreo del que pugnan por escapar. Buscamos el paso más factible de este breve caos, con la única condición de que tenemos que salir hacia el Sur, dando la espalda al Pico San Carlos. En esta dirección retomaremos el rastro del sendero, vereda de montañeros en que ha degenerado el camino de las minas. Remonta una sucesión de lomas, hasta doblar, en la parte superior, hacia la Colladina de las Nieves.

El apelativo de colladina parece ser más cariñoso que toponímico, pues la susodicha colladina es más bien una amplia cuerda de considerables dimensiones, una llanada de pastizal en cuyo extremo Sur se eleva el cotero de la Padiorna. Aunque la ascensión a esta cumbre es opcional, el nulo esfuerzo adicional compensa con creces, pues la fácil rampa de subida oculta en realidad una auténtica balconada sobre la Vega de Liordes, enorme cubeta de pastizal cercada por las Peñas Cifuentes. La panorámica se completa con las verdes frondas de la cabecera del Deva y las más altas torres del Macizo Central.

El sendero, muy pisado, devola hacia la vertiente occidental de la Colladina de las Nieves. Desciende con tendencia a la izquierda, para coger toda la línea de corte sobre la vega de Liordes y su continuación por la cabecera de la Canal de Asotín, antiguo lecho glaciar que se abrió paso entre la Torre del Friero y las peñas en que cuelga Collao Jermoso.

La vereda continúa prácticamente en llano, reconducida por el farallón sobre el que camina en equilibrio. Se aparta con bastante frecuencia del corte, sorteando llambrias y profundas torcas. Choca con un modesto cabezo, que salva en diagonal a la izquierda por una rampa natural del mismo, por la que dobla a enlazar con el camino de Collao Jermoso.

El entronque con este camino coincide con la salida del sedo por el que salva el farallón en el que venimos engolados. La abertura de la Canal de Asotín se muestra ya en toda su magnitud. En un cegado valle lateral de la misma, remansa el Lago Bajero. Y al fondo, Peña Santa, la reina del Cornión.

El camino, muy trabajado, entra en una traviesa natural de la peña, flanqueando por la parte superior de la franja rocosa que viene reconduciendo nuestra ruta. Entra en un terreno rompepiernas que constituye la aproximación a las Colladinas. Desde lejos vamos viendo la enorme cuesta de pradera alpina que hemos de remontar para alcanzar esta sucesión de colladas que nos separa de Collao Jermoso.

Al llegar a las primeras ondulaciones de la campera, podemos desviarnos a la derecha, remontando unas sencillas lomas calcáreas, para asomarnos a la honda cubeta del Lago Cimero, que nuestros compañeros están contemplando desde las torres que nos oprimen por el Norte, apuntando con sus picas la cercanía del cielo.

El sendero de tierra compactada por el paso de los montañeros, remonta toda la cuesta hasta coronar lo que se conocen como Las Colladinas. Se trata de una sucesión de colladas entrelazadas por nuestro sendero, que sirven de apoyo a las paredes occidentales de la Torre de las Minas de Carbón. Entre aquéllas se forman cegados canalones que se precipitan sobre los abismos de Asotín. Suaves ondulaciones en el reino de la verticalidad, por las que se consigue flanquear este extremo occidental del largo cordal de la Torre del Llambrión.

Al otro lado de esta bella sucesión de homogéneas colladas, el sendero inicia su descenso hacia las lleras de la cabecera del Argayo Congosto. Es un descenso pausado, acompasado a los ritmos de una naturaleza que parece haber detenido la orogenia abrasiva de los Urrieles. En este rincón de bravura calcárea, desierto de hielo, piedra y sagradas catedrales, reluce una collada de valioso pastizal, a la que tratan de retornar sus antiguos señores feudales, los rebecos. Algún enamorado de la montaña identificó este rincón de Collao Jermoso con un nido de águila, y no cabría mejor definición si la mano del hombre no hubiera recalificado el terreno para construir un chalecito a gusto de la señora masificación, expulsando a sus anteriores inquilinos.

Nosotros devolamos la collada, siguiendo una vereda que se pega a la base de la gigante Peñalba, en una corta travesía que nos lleva hasta la misma Torre del Jaz. Olvidamos el bullicio de Collao Jermoso, y sorprendemos a los rebecos que buscan refugio entre las paredes de aquélla gigantesca torre. Somos extraños en un mundo hecho para águilas y rebecos; furtivos en una peña desnuda que hemos surcado, pero jamás conquistado. En este abismo vertical hemos trazado los senderos de la subsistencia, reconvirtiéndolos en los viales de la desvergüenza; pues nuestro mundo está allí abajo, en el valle que llora a nuestros pies.

Sin dar tiempo a nuestros compañeros a bajar desde las crestas que cierran el circo del Llambrión, retornamos por las agradecidas Colladinas, sobrecogidos con la umbría tajada de la cara Norte del Friero, que durante las galas del invierno se convierte en la canal de hielo más larga de España.

El camino de regreso, que pasa a distancia segura de los dos lagos, el Bajero y el Cimero, ya nos es familiar; pero sólo en parte. Esta vez no nos separaremos de su trazado, cayendo entre la peña a la cabecera de la Canal de Asotín, vasta collada que cierra la Vega de Liordes. Flechas indicativas apuntan a todas las direcciones. Podemos optar entre seguir el camino más rápido, que faldea bajo los farallones de la Padiorna, envolviendo la vega por el Noreste.

Esta alternativa entra por la enorme boca que se forma entre aquélla montaña y Peña Remoña, sucesión de cumbres que cierran la depresión de Liordes por el Sur. Esta abertura es puerta de paso a los Tornos de Liordes, treinta y cuatro giros siguiendo una vieja pista minera, que acompasa las tiradas al ancho de las laderas que cortan sobre los despeñaderos de la Canal del Embudo.

La otra opción es seguir el sendero que serpentea entre las lomas que cierran la hondonada de Liordes por el Norte, morrenas de cierre de la antigua cuenca glaciar. El sendero gira para flanquear bajo el Hoyo de Liordes, delimitando por arriba los sumideros de Liordes. Remonta unos metros a colarse entre las estribaciones de la Torre de Salinas, germen de la exploración de los Picos de Europa, y la Torre de Pedabejo, extremo occidental de Peña Remoña.

El descenso puede hacerse por la Canal de Pedabejo o por el más directo Seu de Remoña. Por las escupideras de la canal, nos dejamos caer ladera abajo, por las majadas de Pedabejo, hacia un tramo visible de la pista que nos baje a Fuente Dé.